MINARETE BOLIVAR MOYANO

Génesis

La novela latinoamericana apare­
ce tardíamente. Es algo así como

la "cenicienta" de nuestras ex­
presiones literarias.
Específicamente podría darse una

fecha, un país, una obra y un
autor para designar el alum­
bramiento de la novela latino­
americana.
Sería 1816, con El periquillo Sar­
niento. de José Joaquín

Fernández de Lizardi, en México.

"María"

En Colombia el "primer-gran
momento" se llama María.

Publicada en 1867, gracias a la
pluma del judío-colombiano Jorge
Isaac, la obra viene a fijar el
molde netamente romático en las
letras colombianas.
Todavía más: María no sólo será

la digna representante del roman­
ticismo colombiano, sino también

la novela romántica por an­
tonomasia en el suelo

latinoamericano.

Hoy (lo sabemos) es "lectura
obligada" en colegios y liceos
Todavía las frases de Efraín y los
lamentos de María hacen sus­
pirar a los enamorados y llorar a

los "tiernos de corazón".

Luego -a lo largo y ancho de
nuestro continente y en la cen­
turia décimonona- la novela va

llegando a todos y cada uno de
nuestros pueblos.

Mas, si nos damos cuenta que el
cine y la televisión se han valido
de ella para "cautivar" al público
latinoamericano"

REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE GUAYAQUIL

El Costumbrismo

Para que la novela colombiana ob­
tenga pleno desarrollo será

necesario, primero, que un
omnímodo costumbrismo cubra
casi todo el panorama narrativo
en un’ lapso más o menos extenso.
Es ese costumbrismo parroquiano

y limitado que cundió en casi
todos los países latinoamericanos
con visos de una energía in­
agotable.
En Colombia figura egregia del

costumbrismo es don Tomás
Carrasquilla!
Sus Frutos de mi tierra adquirió

una predominancia indiscutible,
que hizo que muchos de los
jóvenes novelistas lo imitaran. Por
cierto, en forma supérflua. Y
llevando el costumbrismo a una
postración lamentable.

"La vorágine"
Para hallar lo que podría ser el

"segundo-gran momento" de la
novelística colombiana hay que
contar cincuenta y siete años
desde la publicación de María.

Llegado el año de 1924 el joven
poeta y abogado huilense José
Eustasio Rivera publica su
primera y única novela: La
vorágine.
La obra está inscrita dentro del

rótulo tan celebrado tiempo atrás -
y del que Luis Alberto Sánchez
tiene parte de la culpa- de "novela
de la tierra". O "novela de la
selva". O "novela regionalista".
Etcétera
Rivera -con su obra de un indis­
cutible "realismo naturalismo"-

vuelve a colocar a Colombia en la.
cúspide de la novelística
latinoamericana en el primer ter­
cio del presente centenio.

César Uribe Piedrahita
Lo que viene después de José Eus­
tasio Rivera hasta nuestros días,

esto es, hasta la aparición de
García Márquez, podría tener una
división más o menos clara:
novelas epígonas de Lá vorágine y
novelas de la "violencia".
La primera fase cuenta ya con

nombres sobresalientes. Quizá el
más alto de ellos sea el de César
Uribe Piedrahita, autor de por lo
menos dos novelas positivamente
celebradas: Toá y Mancha de
aceite

REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE GUAYAQUIL

Empero, aquí habría que hacer un
poco de justicia: Uribe Piedrahita
muéstrase "más escritor" que
Rivera en una zona semejante
como es la descripción del suelo
colombiano. Esto lo han afir­
mado críticos de indudable jerar­
quía como Uriel Ospina

Otros nombres

Otros nombres serían los de
Rafael Jaramillo Arango (Barran-
cabermeia'). Bernardo Arias
Trujillo (Risaralda!. Jaime
Buitrago (Pescadores del Mag­
dalena). Eduardo Caballero

Calderón (Tipacoaue v El cristo
de espaldas). Jorge Zalamea
Borda (El gran Burundú Burundá
ha muerto y Las metamorfosis de
su Excelencia)...

Sin querer caer en el simple
catálago, dejamos aquí de
nombrar a los representantes de
la primera fase, es decir, la
generación de José Eustasio
Rivera

Y aunque todos ellos cuentan con
méritos suficientes, sin embargo,
no alcanzan el pedestal del señero
autor de La vorágine

"Novela de la Violencia"

A propósito de la "novela de la
violencia" dice el crítico colom­
biano Ebel Botero: "Las llamadas

novelas de la violencia, aparecidas
desde 1948, son relatos naturales
sin la menor naturalidad escritos
por liberales y conservadores,
bajo el ángulo sectario que con­
sidera la crápula y la delincuencia

políticos como cosa exclusiva del
bando enemigo"
A qué se llama "novela de la

violencia"?..
A aquella que parte de un suceso

nefasto e inolvidable en la historia
colombiana: el célebre "bogotazo"
del 9 de abril de 1948!
Aquel día murió asesinado Jorge

Eliecer Gaitán, líder liberal de in­
dudable arraigo popular. El

marco del crimen fue la IX Confe­
rencia Panamericana.
Tal hecho -hasta la fecha- ha par­
tido en dos la historia colombia­
na: antes de la "violencia" y

después de ella!

Membrete

Los novelistas, por su parte, sean
conservadores o liberales -los
tradicionales partidos colom­
bianos- han tomado el suceso

como tema de sus libros. De tal

REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE GUAYAQUIL

suerte que existe una "novela de la
violencia" perfectamente
delineada.
El joven narrador y crítico Gus­
tavo Alvarez Gardeazábal señala

más de cuarenta y cinco títulos
con letras sobre este punto,
estableciendo un paralelo con la
novela mexicana
No obstante todo lo escrito no es

material de "primera calidad" que
digamos. Muchas cosas fofas y
carentes de valor se han
pergeñado amparándose en la
"violencia".
Ha sido como tomar un

"membrete" para garantizar el
"éxito" de la novela. Y esto, en
definitiva, es un doble engaño: a
la literatura y al lector. Y, por
supuesto, el más serio engaño lo
sufre el propio autor!.

No ha sido tratado "seriamente"

Para el crítico chileno Ricardo A.
Latcham los títulos más descollan­
tes dentro de la "novela de la

violencia" son El cristo de espal­
das (Eduardo Caballero

Calderón), El día del odio
(Osorio Lizaraso), Viento seco
(Daniel Caicedo) y Guerrillas del
llano (Eduardo Franco Izasa)

Habría que señalar también,
dentro de esta prieta lista, a Jorge
Zalamea Borda, quien (según

propia confesión) entregó dos
títulos en este terreno: El gran
Burundú Burundá ha muerto y

Las metamorfosis de su Excelencia

A pesar del inmenso caudal que
incide en la llamada "novela de la
violencia", para Eduardo Zalamea
Borda el hecho no ha sido todavía
tratado "seriamente", desde el
punto de vista literario.
Oigámoslo: "Cómo ha reflejado la

literatura colombiana ese
fenómeno del genocidio y esa
monstruosidad de la carencia de
justicia?... Yo no sé si por falta
de perspectiva, o por falta de
coraje, o por no obedecer al
deber del testimonio no ha
reflejado, hasta ahora, esa
situación de la comunidad colom­
biana".
Y, más bien, afirma el crítico y

novelista hay que hallar en el en­
sayo sociológico la verdad de

aquel hecho tan significativo. Y
cita La historia de la violencia en
Colombia de Monseñor Germán
Guzmán.

Premio "Eugenio Nadal"

Quizás sea Eduardo Caballero
Calderón -con El cristo de espal-
das-uno de los narradores colom­
bianos que mejor nos haya con­
tado aquel fenómeno social. Su

novela (publicada en Argentina
en 1952) fue todo un "acon­
tecimiento" literario

iqn

REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE GUAYAQUIL

Críticos internos y foráneos
elogiaron la obra. Tanto que se
dijo que, desde 1924, cuando la
publicación de La vorágine.
Colombia no había tenido otro
momento así en su ir literario.
Aparte de Osorio Lizaraso,

Daniel Caicedo y Franco Izasa es
necesario señalar el nombre de
un escritor antioqueño que hoy se
halla en plena fase creativa:
Manuel Mejía Vallejo.
Mejía Vallejo consiguió para su

patria (por primera vez!) el más
preciado premio de novela de
España: el "Eugenio Nadal"!... Lo
ganó en 1964 por su novela El
día señalado.
La "novela de la violencia" con

Mejía Vallejo sube de punto y se
ensancha. Y, ahora, tal vez
Zalamea Borda tenga que
suprimir su queja anterior.

También en el cuento

Por otro lado, el "género breve"
también ha sido feraz en la
temática de la "violencia".
Y hasta parece que aquí el suceso

ha cobrado mayor empuje. Hasta
jóvenes cuentistas de nuestros
días trajinan por los mismos
senderos que ya trajinaron sus an­
tecesores. Empero, los jóvenes

cuentistas colombianos saben

mejor su "oficio" y así logran
pequeñas "obras maestras" en el
género.
Para citar un caso: Gustavo Al-

varez Gardeazábal -en su cuento
Ana Joaquina Torrentes- incide
en la "violencia" con una truculen­
cia increíble. Pero el cuento,

estructurado con manos sabias
para ir modulando la tensión en el
lector, tiene además de su fondo
impactante, una belleza formal in­
negable.

"Aires nuevos"

Hasta cuándo aproximadamente
la "novela de la violencia" extiende
su dominio en Colombia?...
La fecha inicial la sabemos: 1948.

Pero si expresamos que su influen­
cia ha concluido, nos atendremos

a un posible extravío.
A pesar de la presencia del

"Grupo del Atlántico" narradores
que imponen una "nueva tónica en
la novelística colombiana- aún
existen jóvenes cuentistas y
novelistas que persisten en la nar­
ración de la "violencia".
Lógico y dable suponer que, a los

treinta y nueve años del lóbrego
"bogotazo", mucha agua ha corri­
do bajo el molino y otros "aires"

insuflan las velas de la narración
colombiana.

* 0 ! ___

REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE GUAYAQUIL

Esos "aires nuevos" se llaman
Gabriel García Márquez, Alvaro
Cepeda Samudio, Héctor Rojas
Erazo, Manuel Zapata Olivella,
Alberto Sierra, Manuel Mejía
Vallejo...
Esto es, nombres que van a

enrrumbar la novela y el cuento,
en Colombia, hacia otros puertos.

"Grupo del Atlántico"

En la década del cincuenta, de la
costa atlántica, emerge un grupo
de narradores que virtualmente
son los que dominan el cuento y
la novela en la Colombia de
nuestros días
Son ellos Gabriel García

Márquez, Alvaro Cepeda
Samudio y Julio Medina. El
grupo incide aún en la temática
de la "violencia". Por ejemplo:
La mala hora (García Márquez) y
Soldados (Cepeda Samudio)
No obstante, logran en futuras

obras, dejar atrás esta etapa y en­
filar hacia otras tendencias.

García Márquez halla en él "realis­
mo mágico" la expresión literaria

justa para su fábula macondiana.

García Márquez

Lo que va desde La mala hora
hasta Cien años de soledad es una
línea ininterrumpida de una
monoidea: Macondo!
El autor lo ha confesado: para

llegar a 1967 (año de la publica­
ción de Cien años de soledad)

tuvo que arrancar evocaciones ad­
heridas en su memoria desde

cuando tenía diecisiete años.
Ahora bien: una novela como
Cien años de soledad necesaria­
mente tiene que haber impuesto

su "estilo" y su "temática".
Digamos que cosmovisión hízose
indeleble en la óptica de los narra­
dores que venían atrás del fabulis­
ta aracataqueño.
Piénsese, además, que este mar­
chamo macondino de los Buendía,

de los Aurelianos, de Ursula
Iguarán, de Fernanda del Carpió,
de Remedios la Bella- para citar
unos cuenatos personajes de la
célebre obra- no sólo se impone
en la narrativa colombiana, sino
también en un gran segmento de
la latinoamericana.
Entonces?... Entonces, pues, es el

"reto"!
Es el desafío irremediable para la

generación posgarcíamarquiana.

Acéptase el desafío?...

REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE GUAYAQUIL

El posmacondismo
.aOffiBIOfXgi sup OgíiS 23 ,nÓÍ3B3T3

Si la década del sesenta fue la del
traqueteado "boom", las del seten­
ta y ochenta serán las del pos

"boom".
Y, ahora, la perspectiva es esta: o

se sumerge el joven narrador en
el océano garcíamarquiano o nada
con sus propios medios!
Esto que se expresa en Colombia,

al menos, ha cobrado toda la
autenticidad que se desea.
Muerto el tema de la "violencia",

cometido el parricidio garcíamar­
quiano, por dónde enfilar enton­
ces.
El novel narrador colombiano

sabe que el lector ya no quiere
"maconditos", ni los diecisiete
Aurelianos... Quiere ver, al con­
trario, qué le cuentan de nuevo,

qué sabe manifestar el joven na­
rrador que no sea ya lo mismo ni

pertenezca al ayer.

La brega

Hay ya una generación -con todo
el "respeto" que merece este
vocablo-que está dando sus frutos.
Y, claro, ella tiene que bregar
duro. Muy duro!

El dilema es apagar el inmenso
faro garcíamarquiano. Algo
similar a lo que también, por
ahora, acaece en el Perú.
Allí Mario Vargas Llosa -más

joven aún que García Márquez-
también ha oscurecido el nombre
de otros autores. Y los "nuevos"
saben a conciencia que se trata de
un sol difícil de alcanzar.

Nombres
didmon too sotiÉmaídoiq si fiboj

Hay, en Colombia, nombres que
se significan ya propiamente.
Poseen tintes muy individuales.
-
B.Q 31ip feBOiJl ü “dldffiGH. fe- fíw.!

Entre otros: Nicolás Suescún,
Humberto Valverde, Fanny

Buitrago, Elisa Mújica, Jairo Mer­
cado... y dos de indubitable jerar­
quía literaria: Oscar Collazos y

Gustavo Alvarez Gardeazábal.
El primero -con su libro Son de

máquina- ha delineado evidente­
mente la "nueva narrativa colom­
biana". El segundo -con La boba

v el buda y Cóndores no entierran
todos los días-, he hecho saber, en
España, particularmente, que
Colombia cuenta con otro "gran
escritor", aparte de García
Márquez.
No cabe decir que esta "flamante"

generación haya abandonado del
todo el tema de la "violencia".
Por ejemplo: Alvarez Gar­
deazábal tiene un hermoso y

— 193 —

REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE GUAYAQUIL

patético cuento (Ana Joaquina
Torrentes) donde la "violencia"
está de cuerpo entero.

El lenguaje

Pero estos jóvenes alcanzan a vis­
lumbrar que sus impulsos y

denuedos deben dirigirse hacia la
conquista del lenguaje.
Una especie de metalenguaje

para poder alcanzar a expresar
toda la problemática del hombre
siglo veintiuno.
Están interesados en el hombre.

En lo auténtico que él posee.
En el "Hombre-Unidad" que es -

quien lo duda?- el "Hombre-
Universal". De ese hombre
latinoamericano, con su angustia,
con su desazón, que, según Ernes­
to Sábato, es doblemente

problemático.
Ellos quieren expresar toda la cos-

movisión de ese hombre
latinoamericano por medio de un
lenguaje totalmente "nuevo". De
un lenguaje que no sea el conven­
cional de siempre. De un Verbo

inusitado que cuente la agonía del
hombre de esta centuria,
apresado entre la técnica y la
soledad.

Cuarto momento?...
Si en lo que resta de este siglo,

Colombia puede alcanzar, con sus
jóvenes novelistas o cuentistas, su

"cuarto momento" fulgurante, su
"cuarto momento" de espléndida
creación, es algo que ignoramos.
Mas, de algo estamos cierto: que

estos escritores laboran con plena
certidumbre de la esencialidad de
su "oficio"!
Escriben porque su temor al silen­
cio es mayor que el grito desgarra­
do. Y si dan, de pronto, con la

obra precisa que sus "demonios in­
teriores" (en ecos de Vargas

Llosa) les dictan, Colombia habrá
sumado, a los nombres de Jorge
Isaac, José Eustasio Rivera y
García Márquez, el "cuarto
momento" de la suprema
hegemonía narrativa.

Y presumimos que, para
cualquier país, contar, en su his­
toria literaria, con tres o cuatro

nombres de lo más trascenden­
tales en cosa de afortunada

situación.

• • •