REVISTA Científica. No. 115. ISSN 1019 - 6161 Enero-Abril 2013
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La formación de los médicos: el
pensamiento de Eugenio Espejo
The training of doctors: thought of Eugenio Espejo.
Gran honor me hace José Zaporta al invitarme a partici-
par en esta actividad conmemorativa del Día del Médico
Ecuatoriano. Gran honor producto de la amistad que me
permite una crítica cordial: el Hospital de Infectología se
honra con el nombre de José Daniel Rodríguez Maridueña,
mi inolvidable maestro en los días del INH Leopoldo Iz-
quieta Pérez, (donde tuve el placer de compartir trabajos
con nuestro estimado amigo Ramón Lazo, aquí presente).
Conviene mantener ese nombre en todas las actividades
vinculadas al Hospital, no sea que como ocurre con el Ins-
tituto, a determinado vanidoso se le ocurra rebautizarlo.
El doctor Rodríguez Maridueña, valga recordarlo hoy, fue
paradigma de médico investigador de esos que al decir de
Espejo permiten no dudar, que “el arte es saludable y ne-
cesario a la humanidad; que el médico bueno es don ines-
timable que hace el cielo al lugar donde le quiere poner.
“Trato pues señores, dice el precursor, de dar muy
por mayor una idea del médico instruido, para que se
conozca en contraposición, cual es el falso o imperito.
Y añade: “Oja me fuera posible tratar esta materia
con la extensión que ella demanda y es necesario para
Quito. Desde luego me guro, agrega, “que haría un
gran servicio a la República, especialmente si añadiese
el método que en esta ciudad podría observarse para
aprender la medicina.
Y brinda a continuación una especie de clase inaugural
que debería ser tal en la práctica de todas nuestras es-
cuelas de medicina: Antes de llegar al estudio de ésta
debe, el que la quiera profesar, entrar en tarea literaria,
por una especie de vocación, que inspira el genio o cierta
vehemente inclinación a profesar en medio de las ciencias
y artes, unas más bien que otras. Esta inspiración secreta
demuestra, en el joven que la percibe un principio lumi-
noso de discernimiento. Y por el ya se puede prometer él
mismo la cadena feliz de sus conocimientos; y el blico,
la esperanza de lograr en él un buen profesor”.
Enfatizando en la necesaria vocación y el talento adecua-
do en quienes se deciden por los estudios médicos, conti-
núa el Padre Intelectual del Ecuador:
A los talentos se sigue la educación. Por más excelentes
que sean las potencias animales de algún gran genio, es
preciso que ellas sean cultivadas, pulidas y amoldadas por
la enseñanza. De ordinario son más perniciosos a la so-
ciedad los buenos talentos sin doctrina, que las almas de
plomo en su natural inercia.
Continúa el zapador de la colonia destacando la impor-
tancia de conocer otras lenguas, especialmente aquellas
en que están escritos los textos fundamentales, latín y
griego por entonces y también el francés, el inglés y el
alemán (inglés, francés y alemán ahora, tal vez también
chino, más precisamente el mandarín estándar) y rotundo
establece: Médicos en romance no son dicos, porque
para decir limpiamente la verdad, nuestra Nación, aún no
ha ministrado obras útiles de medicina en su propio idioma”.
(Bien hace Espejo en cuidarse con el aún que luego desde Es-
paña nos llegarían los textos de Marañón, Jiménez-Díaz. Mira
López, Botellas, Pedro Pons, Ramón y Cajal, Farreras, etc.).
Insiste a poco en que “detrás del conocimiento de las Len-
guas viene la instrucción de la buena Lógica y las reglas de
la Retórica. Con la primera sabrá lo que son las ideas, y
su origen, conocerá las potencias del alma, y sus usos tan
distintos: verá lo que es razonamiento, lo que es verdad,
lo que es crítica, opinión, escepticismo; con la segunda
aprenderá a hablar correctamente, pondrá los raciocinios
bien colocados, las palabras con aptitud y proporción, las
clausulas con cadencia, un discurso y una oración con ar-
monía, propiedad, elegancia y precisión, caracteres subli-
mes, pero que constituyen la verdadera elocuencia, sin ella
ya se ven los razonamientos monstruosos, que nacen de
los labios de los hombres; de manera que a veces, sea que
muevan la lengua, sea que tomen la pluma a la mano, no se
ven ni se oyen sino las ignominias de nuestra educación: las
Francisco Huerta Montalvo
Revista de la Universidad de Guayaquil
Nº 115, Enero - Abril 2013, pp. 57 - 58
ISSN 1019 - 6161
Conferencia realizada durante la sesión solemne de la Asociación de
Médicos del Hospital de Infectología de Guayaquil en Conmemoración por el
Día del Médico Ecuatoriano, el 20 de Febrero del 2013.
Opinión
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certi caciones dicas, las consultas por escrito y de pala-
bra dichas y escritas con estilo bárbaro, con voces exóticas
y horrísonas. Todas estas manifestando la falta de verdade-
ra gica y de la buena Retórica entre los falsos médicos.
Por el estilo, sigue Espejo discurriendo sobre la falta de
los buenos textos y cita a libros y autores que considera
fundamentales y luego, volviendo a dejar volar su espíri-
tu crítico, con una inocultable dosis de vanidad, inquiere:
“Lo que debo hacer ahora es preguntar ¿si hay mucho ni
poco de esta noticia literaria en Quito?. Es tal la pobreza
de esta y la de los libros buenos, que por casualidad se en-
cuentra alguno razonable. Prueba de esto y de lo que he
a rmado de la necesidad que hay de la anticipada noticia
de autores que debe tener el estudiante, es la siguiente
historia. Conozco a un profesor público que, cuando esta-
ba en los principios de su estudio médico, no tenía más
que a Rivera, pobrísimo autor de nuestra nación en sus
instrucciones, más ese tomo no era suyo, y por lo mismo,
se veía en la obligación de transcribirlo de su propio puño.
Pero este mismo estudiante que no tenía ni siquiera idea
de que había otro orbe planetario de mundos innumera-
bles, en línea de literatura, díjome a mí (que burlaba algu-
na vez su pérdida de tiempo en librejo tan inútil) que “no
había cosa mejor que la Quinta Esencia Médica de Rivera”
¡Qué tal afrenta de nuestros progresos literarios! ¡Qué
tal medicina la nuestra!.
“Sea lo que fuere, añade, como reponiéndose, con el
conocimiento de los buenos autores, es bien que el estu-
diante busque un maestro que de viva voz le dirija, que
haga de catedrático, que le diseñe las materias, que le
ponga a la vista la necesidad de aprender de memoria
unas buenas instituciones dicas. Pero digo la verdad
delante del Dios vivo que nos ha de juzgar, que no he
visto un sujeto en tiempos anteriores que pudiera seguir
esta dirección. Es verdad que conocí a un ex jesuita que
alcanzaba estos principios y era el padre Ignacio Liro, ale-
mán; pero no vi que este enseñara a ningún individuo de
esta ciudad, sino no es que se diga enseñanza académica
la asidua y perenne conversación física que tenía este con
cierto lósofo quiteño, deseoso de tener entrada cientí -
ca en los conocimientos humanos.
Pero a vuelta de esto, vi que el año de 1763, el hombre s
inepto de toda la tierra, sin tintura alguna de medicina, sin
un átomo de gramática latina, en una palabra; un empírico
desgraciado y desnudo de todo conocimiento, se atrev
a hacer de maestro de medicina; y con efecto, tomó a
su cargo algunos estudiantes que no sabían por dónde ni
quien los habría de gobernar. ¿Cuál sería su magisterio? ¿Y
de estos, cuál sería su adelantamiento?. Puede considerarlo
cualquiera que tenga un ápice de sentido común. Si no los
concibiese bien, o dudase de esta verdad histórica, haga
juicio por los efectos.
El tal buen maestro, pues, puso en manos de ese infeliz
discípulo a Francisco Suárez de Rivera, autor español de la
Quinta Esencia Médica; la peor obra de instituciones físicas
que ha salido de pluma mortal. Es preciso ver esta obrilla
ridícula, para hacer juicio de cuan despreciable y pernicio-
sa es a la salud pública.
Continúa de largo, don Eugenio con, la diatriba contra los
malos textos y pasa raudo a la crítica de los exámenes.
No los canso, Dejo para sus lecturas los sabrosos textos que
cierran este capítulo sobre los falsos médicos y también sus
célebres re exiones.
Insisto en lo provechoso que sería instaurar una cátedra
Eugenio Espejo en todas nuestras facultades de Medicina.
El espíritu siempre inquieto del duende colonial iluminaría
el porvenir y dotaría de una condición superior a nuestros
futuros discípulos de Esculapio.
Queda nalmente la propuesta de realizar, al menos, un próxi-
mo taller sobre educación médica, convocado por las faculta-
des de medicina en homenaje al precursor de tantas cosas en
nuestro país, precursor también de la calidad y la ética, el hu-
manismo y los valores cívicos, en la enseñanza de la medicina.
Hoy, Día del Médico, permítaseme nalmente señalar
como re exión para el futuro, que entre otros valores y
patrimonios que el Ecuador y especialmente nuestra que-
rida ciudad de Guayaquil deben recuperar, están, en un
claro primer plano, los referidos la gloria de sus grandes
dicos, ejemplo de vidas consagradas a lograr un irrem-
plazable acervo institucional a partir de un amplio pres-
tigio continental y mundial. La Historia de nuestra medi-
cina es otra clave a instalar en los procesos de enseñanza
de la noble profesión de Alejo Lascano, de Julián Coronel,
de Abel Gilbert, de Juan Tanca Marengo.
Muchas gracias por vuestra atención.
Dr. Francisco Huerta Montalvo.
Docente de la Facultad de Jurisprudencia
Universidad de Guayaquil
E-mail: huertaf@granasa.com.ec
Artículo recibido: 01/Marzo/2013
Fecha aprobado: 15/Marzo/2013