La responsabilidad académica de nuestro tiempo

Dr. Samuel Karchmer K.

Academic responsability in our time


Resumen


Se plantea un cuestionamiento de la decadencia de los valores éticos, morales, académicos y profesionales en el área médica. Se señalan criterios muy firmes sobre el origen de este fe- nómeno y se promueve a una completa revisión de los procedimientos, como miembros de una institución científica y docente que no alcanza a cumplir los objetivos que le fueron señalados, principalmente por la crisis de los valores humanos referidos.


Palabras clave: Responsabilidad académica. Valores éticos y profesionales.


Summary


Author states an all over ethical, moral, academic and professional medical crisis of values. It registers his criteria about the origin of this change and calls to a review of human behavoir and proceedings as members of scientific institutions which usually complete their academic requi- rements however ethical paradigms are far away to be reached.


Key words: Academic responsibility. Ethical and professional values.


Revista de la Universidad de Guayaquil Nº 108, Julio - Septiembre 2010, pp. 46 - 51

46

Revista Universidad de Guayaquil

ISSN 1019 - 6161

Desarrollo conceptual

La medicina es una ciencia que se ejerce a base de dedicación y estudio permanentes, con el fin de ofrecer a nuestros semejantes, objeto esen- cial de ese ejercicio, lo mejor en la lucha por la salud y por su vida, siempre y en cualquier circunstancia. El médico se debe al enfermo y al estudio antes que nada y a su actividad; ciencia y arte, no debe ser degradada por sus propios ejercitantes a la categoría de simple oficio.


Hemos de convencernos, que en el ejercicio de la medicina está ocurriendo con diversas moda- lidades, pero en todos los ámbitos del mundo, una revolución que en sus fenómenos esenciales da lugar a la aplicación de sistemas dinámicos de organización, que abren campo a los valores reales y reconocen el mérito en donde existe ta- lento y sacrificio.


En las nuevas corrientes del ejercicio médico, debe trazarse la meta del triunfo a igual distan- cia para todos, señalando, que nada que no sean los naturales obstáculos propios del conocimien- to científico, se interpongan entre el médico y su consagración.


Al especialista, lo afectan otras responsabilida- des aún mayores al camino que ha debido re- correr para obtener su condición profesional. y son, las cualidades que tiene o debe incorporar a su estirpe, por el hecho de constituir un produc- to de selección casi siempre natural al trabajo que realiza, para mantener el prestigio que ha alcanzado por sus propios méritos y que lo revis- ten de elevada autoridad y representación.


Un hombre de ciencia es un destacado y profun- do conocedor del campo que ha abarcado y que lo domina en el aspecto técnico. Es un estudioso que investiga, enseña y usa su experiencia con relevancia singular. No obstante, las formas del que enseña o investiga, ya no pueden ser ni si- quiera rebuscadas ni teatrales y menos aún, ca- rentes de objetividad.


La juventud actual, en todos los ordenes, exi- ge la verdad demostrada y se resiste a aceptar valores que no mira o no palpa y desprecia lo tradicional, sino palpa su excelencia, haciendo mofa de las solemnidades excesivamente proto- colarias y formalistas. Y es que esas juventu- des, empleando el término en sentido relativo, en función de lo que tiene impulso y capacidad de creación, sin matices de larga experiencia,

dando la razón a lo que realmente vale, porque vale en si mismo, sin necesidad de revestirse de formas convencionales.


El maestro debe ser superior en conocimientos, hechos, virtudes y ascendencia, para ser recono- cido como tal y sino muestra esos atributos, no será aceptado. De igual manera, el investigador, debe ser puro, de honestidad acrisolada, veraz y directo para planteamientos y deducciones. Ante estas generaciones, ya no puede aparecer como investigador, quien no lo sea y como profesor, aquel que no tenga lo mejor para su enseñanza. El aislamiento profesional, propicia la imprepa- ración. La falta de diálogo conduce al desinterés y a la indolencia, de allí, la importancia capital de los eventos científicos, que permiten el inter- cambio entre médicos, profesionales y estudian- tes, ávidos de enriquecer su acervo científico, con el contacto de investigadores y profesores del campo de nuestro interés.


Para el observador lego, que asiste a algunas sesiones médicas, debe ser notorio que existen pocas oportunidades para discutir y aún para preguntar. Pareciera que todo el mundo lo sabe todo y que quién habla, pontifica.


Querer preguntar en público, ante testigos, pa- rece cada vez más difícil. No porque dejen de responderse las preguntas, sino, por el cariz personal que puede adquirir la situación, entre el interrogante y el interpelado. Con frecuencia hacemos caso omiso del objeto de estudio y no recibimos la pregunta u opinión como una acti- tud de quien quiere saber o aclarar, sino, “ad- personam”.


De esta manera, conciente o inconcientemen- te condicionamos la respuesta, con la intención que suponemos nos fue formulada. Esto signifi- ca que a veces, no somos capaces de la genuina sinceridad de quien públicamente nos pregunta. Por lo mismo, no podemos abstraernos a respon- der, concretamente sobre el tema, como simples vehículos de información sino, pensamos que la pregunta implica también una intención personal ajena a las exigencias puramente académicas.


Es decir, no agudizamos la perspicacia, sino la suspicacia y desde esta posición recelosa dirigi- mos la respuesta, sintiéndonos vigilados y ase- diados por quién, a nuestro entender, nos ha puesto en el predicamento de defender ante es- pectadores nuestro prestigio, que no es nuestra verdad.

¿De donde parte esta actitud?. Nos parece que desde esa idea que se ha repetido desde la in- fancia. No saber es malo. Siempre supimos que al que no sabía, se lo castigaba. Y ahora adultos, si se nos pregunta, ¡Tenemos que saber! o ¡Fingir que sabemos!.aún a veces, sin estar obligados.

¿Y si preguntamos?. Entonces van a descubrir que no sabemos. ¿ Como vamos a confesarnos ignorantes?.


Esta idea, nos resta humildad intelectual y nos aleja de la oportunidad de aprender. ¡Si! . Ya sabemos. Y una cosa no se aprende dos veces.

¡Ya no queremos saber!.. Porque no nos queda nada por saber. (Nótese la doble negación. Para- dójicamente afirmativa).. En consecuencia, son entonces los demás, los que deben saber.


Si esta posición de soberbia intelectual perjudi- cara solo a quien la adopta, ¡menos mal!. Pero las consecuencias afectan a los asistentes. Para ellos, la libre exposición de las ideas, puede arrojar luz sobre la materia. De los asistentes, se afecta en mayor proporción, a quién, no habien- do tenido oportunidad de aprender, ha llegado a un centro académico con la disposición de “ querer aprender”.


En otras ocasiones, la obcecación puede deter- minar deficientes conductas terapéuticas en el manejo de los enfermos. Así, con la aparente buena fé, de quien por soberbio es contumaz, puede derivarse un perjuicio a quienes estamos obligados a servir.


Por lo anterior, se verá que no siempre los en- fermos que llegan a la autopsia, revelan la in- suficiencia de los conocimientos humanos. Tam- bién demuestran la inmadurez de los médicos. La ignorancia crasa, a veces punible, de quien debiendo saber algo oportunamente, lo ignora, o aún más, la negligencia de cualquier miembro del equipo profesional.


En algunos países, la legislación prevé el delito de negligencia profesional, para proteger a las personas frente a los excesos y omisiones pro- fesionales e institucionales. En el nuestro, no basta apelar a la sinceridad que consigo mismo tenga el médico, sino, al libre concurso de los criterios y opiniones.

La conocida máxima que reza: Si no puedo ser imparcial, prometo ser sincero, que aparente- mente resolvería el problema, es notoriamente inadecuada para el terreno técnico y científico, pues solo establece una norma de conducta para

aquellos que en materia ideológica o política deben adoptar una posición determinada, con tal que sea auténtica.


Mas no, como obviamente es el caso, para aque- llos otros que como los médicos, no deben hacer un problema de actitud personal, lo que debe ser una evaluación objetiva de datos o un pro- blema de interpretación de hechos.


En él, como se ha dicho, debe campear el espí- ritu crítico académico, examen público y libre. Dejemos de preocuparnos sobre que criterio ha de prevalecer, abandonando los posesivos de pri- mera y de segunda persona y busquemos el de la tercera en cuestión.. ¨¿Qué tiene el enfermo?


Lo que se dice en una sesión o en un aula, tiene valor momentáneo por su oportunidad, cumple con la función de informar, confirmar, prevenir y decidir criterios y conductas. De ninguna ma- nera sienta precedente absoluto de verdad, sin importar quien la diga. Es tan solo un aporte de datos circunstanciales y por tanto, efímera, aun- que sus consecuencias, no lo sean.


Los reservorios de la verdad, no son pues las se- siones, ni conferencias, ni siquiera los seminarios o simposiums. Estos son tan solo, únicamente los medios orales y transitorios del conocimiento y sus novedades. Los hombres no podemos confiar en la permanencia efímera del lenguaje verbal como reservorio del conocimiento y la experien- cia, tan difícilmente obtenidos.


El acervo, el terreno de las liberaciones, el por- tador de la ciencia, es el lenguaje escrito en el libro, articulo, ensayo y monografía, que com- pendian y exponen a la luz critica, los productos de la investigación, observación, deliberación y creación a cualquier nivel.


La susceptibilidad o el abuso de la autoridad in- telectual son dos posturas que obstaculizan los medios docentes e inspiran soluciones prácticas inadecuadas. La susceptibilidad extrema de una persona a ser interrogada o contradicha, obliga a un silencio negativo por parte de alguien que tiene algo que decir. Algo que puede ser perti- nente, porque puede traducirse en enseñanza o conducta médica.


Para quien busca confrontaciones personales, es mas fácil callar; así, sin abollar prestigios, ni tumbar coronas, se evitan problemas. Es mas có- modo, adoptar la actitud de “dejar hacer y de-

jar pasar”. Sin embargo, esta posición es apenas aconsejable, cuando nuestra participación, no ha de modificar sustancialmente los resultados, pero cuando nos abstenemos de actuar, a sabien- das de la oportunidad y beneficio de nuestra opi- nión, entonces se muestra nuestra debilidad de carácter, haciendo el juego a quien cree estar siempre asistido de la razón.


Esta debilidad de carácter, que permite omi- siones voluntarias y concesiones peligrosas, nos mengua en lo personal, en tanto, que podamos arrepentirnos de no haber expresado a tiempo una opinión prudente, pero además, haber cau- sado perjuicio a la institución, en la que va a decrecer tarde o temprano, la eficiencia profe- sional.


La credibilidad y el prestigio se corresponden, pero una vez alcanzado este, el afán de conser- varlo puede ir en detrimento de la credibilidad. Esto lo sabemos y por esta razón, aquel que bajo el amparo de su prestigio, hace valer su prepon- derancia, imponiendo criterios inaceptables, traiciona en rigor los méritos, gracias a los cua- les obtuvo esa prestancia.


Siendo como es tan diverso el mundo del cono- cimiento y en particular, tan variadas y exten- sas las disciplinas médicas, puede decirse que el saber, además de ser una categoría del ser, es tambien producto de la circunstancia y de la oportunidad.


Asi como se reconoce la prioridad de saber, que tiene quien cultiva una disciplina y por lo mismo se procura su concurso, al lado de esa concesión se debe reconocer en los demás, la posibilidad de ignorar y de estar equivocados, quizá, como producto de la falta de oportunidad para apren- der.


No se trata de otorgar indulgencias, hasta obser- var la estricta, prudente y necesaria tolerancia, que nuestros propias equivocaciones han de me- nester. Dentro de la libertad para la emisión del pensamiento, están implícitos de igual modo, la posibilidad de acertar, como de errar. Por eso, tanto la opinión que expresa lo que estimamos verdadero, como aquella que se equivoca, de- ben de respetarse de igual manera.


No debe olvidarse que es fácil ser tolerante con quién afirma y aprecia como nosotros, pero que el verdadero talón de Aquiles de la tolerancia, sigue siendo el respeto a la opinión contraria.

Ciertamente, todo intelectual que se precie de serlo, debe mantener una vigilancia continua sobre si mismo, una cautela permanente que le evite caer en precipitación y ligereza. Pero, para nadie es oculto que ante la duda, es preferible una actitud inquisitiva a una pasiva. Aún a riesgo de error, es preferible tener el valor de equivo- carse. Esto significa, que una posición intelectual decidida, en la que agotamos todos los medios obtenibles de conocimiento, da siempre paso a una inquietud del espíritu, para que sin agravio de nadie, afrontemos el advenimiento de los hechos con una opinión, mostrándola como una evidencia y no como un acto de audacia, tomada como una decisión de alto valor reflexivo, que se opone a la duda estéril, convirtiéndose en el simple ejercicio de una facultad intelectual.


Ni la veneración incondicional para el sabio, ni el desprecio manifiesto para el que ignora, ambas son posiciones negativas. La veneración limita nuestra independencia de criterios y con ello, nuestro desarrollo. El desden lesiona a quien quiere aprender. Una pregunta científicamente ingenua, respondida con sarcasmo, puede anular la participación futura de quién la hizo, amén de estropear las relaciones humanas.


Pisamos un terreno de ideas movedizas, donde las drogas son nuevas, los conceptos mutables y las generalizaciones son solo marcos referencia- les necesarios, pero transitorios, para contener un cúmulo de ideas afines, cuyo control o mane- jo sería difícil de otra manera. En consecuencia, la coartación de la libertad de opinión, repre- senta una proyección personal de limitaciones o minusvalías, quien o quienes se arrogan el dere- cho de decir la última palabra.


En virtud de que la defensa es una postura asaz dogmática, que no esta orientada hacia la libre deliberación y concurso de las ideas, sino a la defensa enconada del prestigio de una persona- lidad susceptible, los resultados no pueden ser constructivos, porque promueven su preponde- rancia sobre los demás.


En materia de docencia, ningún feudo de opinión ha probado ser bueno. Una facultad, una escuela universitaria o un hospital, que abren sus puer- tas y ventanas a las opiniones e inquietudes, son instituciones que tienen perspectivas amplias de su personal médico y docente. No debe permi- tirse el culto a la personalidad, de quién no de- muestra respetar los intereses del enfermo o del alumno, antes que los propios.

No merece crédito de veraz, quien no se ha acos- tumbrado a ver la argumentación ajena como otra opinión, que por disidente que parezca, no representa una agresión, sino, otro modo de ver las cosas, con la que se puede estar en desacuer- do, pero siempre es respetable.


Debe repetirse que una persona tiene dere- cho a estar equivocada, siempre y cuando crea sinceramente en su verdad. A lo que no tiene derecho, es a adoptar la actitud del “ Domine Magíster dixit, ergo dicta est”, que solo nuestra el sacrificio de los intereses de la mayoría por la prevalencia de los personales, dando fuerza a la frase de Voltaire, que condensa el espíritu abierto y tolerante,”No estoy de acuerdo con lo que dices, pero daría la cabeza por el derecho que tienes para expresarlo”.


Hay valores morales entendidos, que jerárqui- camente están supeditados en estructuras pira- midales. Mediante el conocimiento de estos va- lores, la capacidad de los mas experimentados puede orientar criterios y atemperar conductas, que pueden ser agresivas por el entusiasmo de quien las propone.


En materia de conocimiento, la subordinación es irrelevante, no tiene efecto. No priva otras prerrogativas, que las de quién dice poseer la verdad y puede demostrarla o referir la fuente de su origen, señalando con el dinamismo de los hechos, que la veracidad de ese aserto desdeña al tiempo y al espacio físico, más aún, a la edad y la jerarquía humana.

Los fenómenos biológicos ocurren y se suceden de acuerdo con principios propios de causalidad, que pùeden ser conocidos o controlados por los hombres. Sus leyes son del todo independientes de la edad, la madurez emocional o las reac- ciones interpersonales, de quien dice en su mo- mento dado conocerlas.


La verdad esta allí,. A fuerza de repetirse, nos parece estable y regular. Somos nosotros los mutables. Estamos diversamente constituidos para describirla, entenderla, interpretarla, sa- ber transmitirla o sugerirla. Si alguna vez etuvo a nuestro alcance y no la retuvimos, ¿ porqué pretender convocarla o improvisarla angustiosa- mente, para trnasmitirla incompleta o deforme?. Hay otras verdades que poseemos en mayor o menor grado y al decirlas, ellas sabrán hablar por nosotros. Entonces tendrán toda la fuerza y el crédito, para señalar que nuestra fama, no va mas allá de la verdad que emitimos. Los hom-

bres no somos mas que vehículos de información oral o escrita del acontecer. No pretendamos en- cerrarlo todo, dentro de lo poco que al fin y al cabo somos.


Estamos ciertos que las inquietudes y la vida académica del médico, en nada se oponen a es- tos conceptos, pero sí es perceptible en nuestros medios académicos, cierta tendencia a aferrar- se a fórmulas tradicionales de perfeccionismo intelectual estereotipado y un dejo de frialdad ante las necesidades del medio ambiente, en cuanto a proyecciones que expandan sus benefi- cios a más alumnos ya mas seres humanos.


Las etapas de formación del médico y del es- pecialista, son particularmente propicias para la adquisición de principios, que normarán el resto de su actividad diaria, sino es que toda su vida profesional ulterior. De no aprender en su juven- tud estos principios, durante sus pasos por las aulas de pre y post grado, ocurrirá como inexpli- cablemente sigue ocurriendo en nuestro medio, que el médico en su gran mayoría, sale a su vida profesional, sin objetivos o con miras torcidas y a poco, es victima de desorientación y frustacio- nes, cuando no, de desgracias y corruptelas.


¿Qué pasa, que esto no se corrige? ¿Están nues- tro país y nuestros medios académicos, tan limi- tados de energía y de recursos, que no pueden implantarse doctrinas, que son hasta elementa- les y acerca de las cuales, damos una raquítica exhibición ante el mundo?.


No poseer sentido de superación, ni de compe- tencia leal, ni de luchar o que se crea o desea, es degradante. Los sistemas de enseñanza no son estáticos, requieren una evolución constante.

La honestidad científica con que se actúe, de- penderá en buena parte de la autoestima en que se tenga. Para poder proyectarse requiere estar convencidos que los principios son vale- deros y correctos, que se siente ubicado en el medio social y que su actividad recibe la aproba- ción de los demás y encaja en el código universal de valores.


La tentación de descubrir solo lo que es agrada- ble o entregarse a la rutina, es casi irresistible en un mundo en el que sobre asuntos de impor- tancia social trascendente, solo pueden hablar unos cuantos científicos, amparados en la relati- va seguridad de sus puestos académicos, ya que la inmensa mayoría, no quiere o teme expresar libremente sus opiniones.

El efecto de esta conformidad forzada, si se per- mite que continúe por mas de una generación, ahogará el espíritu de originalidad en la activi- dad científica y la reducirá a un conjunto inerte de dogmas y fórmulas técnicas que retrasan el progreso.


Para solucionar esta problemática, el único ca- mino es el clamor de un grupo, que escudado en la verdad y honestidad científica, tenga entre

sus metas mas claras, el progreso de todos, a través del trabajo individual de cada uno de sus integrantes.


No sabemos, que no podemos recrear el mundo. No lo hemos tratado. Deberíamos. Mas que por alguna otra causa, por la simple satisfacción que puede brindar el tratar. Pero existe otra razón, ¡El tratar en una idea cuyo tiempo ha llegado!.


Dr. Samuel Karchmer K.

Profesor Titular de Obstetricia y Perinatología, Universidad Nacional Autónoma de México. Presidente de la Federación Mexicana de Ginecología y Obstetricia.

Profesor Emérito de Investigación Científica

Director del Hospital Ángeles. Ciudad de México

Director de Investigación Científica del Instituto Mexicano de Perinatología.

Presidente de la Federación Latinoamericana de Asociaciones de Medicina Perinatal.

Autor de mas de 400 trabajos de investigación publicados en revistas médicas internacionales.