VICTOR HUGO Y EL CENTENARIO
DE SU MUERTE
Elias M uñoz Vicuña
El 22 de m ayo de 1885 m urió el em inente escritor V íctor
Hugo, padre del Rom anticism o, colosal poeta, eximio dram atu r
go, inm enso novelista, y, finalm ente, brillante político y defen
sor de los derechos universales del hom bre, la m ujer y el niño.
Su nom bre fue generalm ente reconocido en todos los países de
la Tierra. Cuando m urió a los 83 años recibió los honores de fu
nerales de Estado y se inm ortalizó su nombre. Al cumplirse los
10 0 años de su m uerte, nuevam ente está presente en la concien
cia de la Hum anidad.
En el Ecuador su nom bre ha brillado y brilla. El escritor
Ju an Montalvo le dedicó su elegía El Terrem oto de Im babura
que V íc to r Hugo recogió con palabras de elogio.
Nuestro em inente escritor Miguel Valverde le tradujo el
grandioso poem a Religiones y R eligión que llenó en español
U'JGOj O t t T i K ,
1 \j t j)a -
-3 05 - M > \
REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE GUAYAQUIL
más de cien páginas.
Entre las obras más conocidas de V íctor Hugo se encuen
tran sus novelas Nuestra Señora de París y Los M iserables,
que han m erecido innúm eras ediciones y que han sido traduci
das a los más diversos idiomas, así com o han servido para la pro
ducción de películas de alta calidad. Esas novelas com pletan
una trilogía con la novela Los Trabajadores del M ar.
Estas novelas a juicio de su autor representan una interpre
tación del m undo. En el Prólogo a Los trabajadores del M ar ,
nos dice:
Una triple fatalidad pesa sobre nosotros: la de los dog
mas, la de las leyes y la de las cosas. En Nuestra Señora
de París, el autor denunció la primera; en L os Misera
bles, señaló la segunda; en el libro actual ( Los Trabaja
dores del M ar), indica la tercera.
Con estas obras, V íctor Hugo supera la novela histórica y
llega a la novela social.
La obra literaria de V íctor Hugo es inm ensa, alguien la lla
mó un a catarata de palabras . Nuestros com patriotas Ju a n
Montalvo y Miguel Valverde, le consideraron Vate, u n genio con
espiritu Divino.
t { { O t A 1
En el terreno político , bástenos señalar que condeno el gol
pe de Estado de Luis Napoleón B onaparte, N apoleón III, al que
V íc to r Hugo llamó N apoleón el p equeñ o , para diferenciarlo
de N apoleón I, el Grande. La lucha co ntra Napoleón III lo llevó
a cabo desde el destierro en las islas de Jersey y Guernesey de
1850 a 1870.
O B R A S DE VIC TO R HUGO
Irtames, tragedia
La Canadiense, p oem a lírico
El Rico y el Pobre, poem a lírico
REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE GUAYAQUIL
Las Ventajas del Estudio, prosa
Moisés sobre el Nilo, poem a
La E statua de Enrique IV, poem a
La Virgen de Verdún, poem a
Han de Islandia, novela
Bug Jargal, novela
Cromwell, drama
Las O rientales, poem a
El U ltim o D ía de un Condenado, poem a
Marión Delorme, dram a
Hernani, dram a
El Rey se divierte, drama
Lucrecia Borgia, dram a
M aría Tudor, drama
Los Burgraves, dram a
Nuestra Señora de París, novela
Los Miserables, novela
Los Trabajadores del Mar, novela
La Leyenda de los Siglos, poem a
El Año Terrible, poem a
Canciones de las Calles y de los Bosques, poemas
Napoleón el Pequeño, panfleto
Ruy Blas, drama
Los Castigos, poem a
Las Contemplaciones, poesías
El N oventa y Tres, novela
Religiones y Religión, poem a
Manifiesto del Delegado de París a los 36.000 delegados de las
provincias de Francia, discurso
El Arte de ser A buelo, poem a.
Odas y Baladas, poesías
Hojas de Otoño, poesías
Cantos del Crepúsculo, poesías
Voces interiores, poesías
Rayos y Som bras, poesías
El Rin, relatos
Cosas Vistas, relatos
La Piedad Suprem a, relatos.
Guayaquil, Mayo de 1985.
EL TERREMOTO DE IMBABURA
JU A N M ONTALVO
A VICTOR HUGO. (1)
El corazón del p o e ta lo abraza todo , su imaginación se en
cumbra com o él águila y contem pla el universo. El p o e ta ve
más que los otros hom bres, oye más, siente más, embelesado en
las abiertas y luminosas regiones de su pecho. La po esía es lo
divino del alma, la poesía es la virtud de la inteligencia; luego el
poeta es u n sacerdote que en los tesoros de su sabiduría guarda
mil arcanos incom prensibles para el com ún de los m ortales. Sus
conexiones son prim ero con espíritus que con cuerpos, de extra
ordinarios objetos sabe más, y en el ejercicio de su sacerdocio es
criatura y dios al mismo tiem po. Lo grande, lo lím pido, lo ce
lestial del hom bre y de las cosas son de su pertenencia, y p o r eso
vive próxim o del cielo, y su atento oído hurta la música de los
serafines.
En las edades primitivas los dioses fueron sus huéspedes;
Sófocles los tuvo a la sombra de su techo. ¡Y qué pasión no a-
Esta elegía, si le cuadra tal deno m inación , ha sido escrita en francés. Se la pu
blicará en París pro b ab lem en te: m ientras esto suceda, si es que sucede, hem os
querido com unicar con nu estros com patriotas nuestros pensam ientos y afec
ciones, y p ublicam os la trad uc ción castellana.
REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE GUAYAQUI L
brigaban por los m ortales favorecidos con esa divina llama que
les m antiene puros y elevados! No es p oeta solam ente el que
cuaja sus afecciones y da form a a sus pensam ientos en ese deli
cado m olde que se llama verso; lo es tam bién el que sin decir na
da tiene su corazón girando en una ó rbita resplandeciente, y
m urm u ra en lo interior cosas nunca oidas p o r los hombres. Es
toy p or decir que la virtud es poesía, la belleza poesía: virtud y
belleza son caracteres de la Divinidad.
¿Qué furor divino la ha tom ado a la profetisa de Delfos?
Siéntase en su tríp o de, sus ojos registran inquietos el espacio, la
ten trémulas sus arterias, su cabellera flota en poético desorden.
El espíritu del dios la posee toda; el dios ha visto que el joven
H ipólito de quien vive apasionado salió de Cycione y viene a Ci-
rra, y quiere que la piton isa anuncie su llegada:
H ipólito ya vuelve, los mares atraviesa.
Y tú, que alojas en tu pecho un dios; tú, a cuya disposición
está una profetisa de co ntinuo; tú, a quien las Musas hablan al
oído, y descubren acontecim ientos de lejanas tierras, ¿sabes lo
que sucede en el nuevo m undo a la hora de hoy? G rande cosa
debe ser, cuando quiero hablarte de ella; triste cosa debe ser,
cuando pido tus lágrimas. Alza la frente y echa la vista al E cua
dor; ¿qué distingues? Una com arca inmensa tendida de no rte a
sur entre las dos crestas de los Andes: las festonadas cumbres de
los m ontes resplandecen con su im poluta albura, allá perdidas
en el éter; el sol se contonea en el firm am ento desplegando todo
su esplendor en u na lim pia y transparente infinidad; las nubes,
recostadas sobre el horizonte, parecen banda que ciñe el univer
so, o en estupendas moles que semejan tem plos y m ontañas, lle
nan de trecho en trecho u n inconm ensurable círculo. Y el aire
es p uro y suave, y la atm ósfera da paso a la vista desde la tierra
hasta los astros, y cuando la naturaleza se recoge dentro de si
misma y todo calla, se oye vago y dulce el m ovim iento de las es
feras en sús revoluciones armoniosas.
Bajo este cielo no puede ser la tierra miserable: colinas
pom posas y vistosas como u n pavo real armado; lagunas pintQ-
- 3 1 0 -
REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE GUAYAQUIL
'rescas que m urm ullan cual un m ar adolescente; praderías de ver
dor apacible; ríos que corren en mil vueltas, despeñándo de las
alturas, perdiéndose en las profundidades, surgiendo y espacián
dose en los llanos, ya quietos y benignos.
¿Qué cerro se alza negro y zahareño en m edio del paisaje?
en su cum bre va y viene entre salvajes peñas un lago misterioso:
hombres no habitan sus conto rno s; la naturaleza perm anece so
la, y llora allí desesperada; la gaviota vuela rozando el agua con
el extrétno de sus plumas, sesga y vacilante com o u n buquecillo
náufrago, y da sus tristes voces que se apagan sucesivamente en
el espacio: las espadañas y los jun cos de la orilla, inquietados
por el viento, se entrechocan y despiden ruidos como suspiros
de sombras. Esas cavernas oscuras y profundas no están sin ha
bitantes; allí gimen cautivas del genio de la roca las ninfas arre
batadas por él a los bosques y los prados.
MaSjbaja del M ojanda y echa la vista p o r la llanura que allá
se desenvuelve perdiéndose en los confines de la celeste bóveda.
El sol se ha puesto: las cumbres de las montañas, rociadas de fi
no oro diluido, brillan con esa luz violácea de la tarde; y cuando
el crepúsculo se apodera de la tierra, el Cayam be se presenta
allá, pálido y vaporoso, cual u n espectro que el prestidigitador
divino evocase e hiciese aparecer por m edio de su magia.
En esta nueva Arcadia vivían hom bres satisfechos del m un
do y de la vida; quiero decir que eran felices. Terrenidad fecun
da, ganados rellenos dé la más dulce y espum osa leche; cañas
que transpiran el azúcar p o r entre sus doradas hojas, to do lo que
la especie hum ana necesita para crecer risueña y de buen gesto.
Y esos habitantes no eran inicuos, ni p o r sus crímenes hab ían
concitado la ira del Altísimo; acostábanse tranquilos, y con la
aurora salía cada cual a sus labores, después de haberle dado gra
cias en su tem plo. Pero un d ía echaron de ver que la atm ósfera
tom aba un color siniestro, y experim entaron angustia en sus co
razones, y se retiraron pro fund am ente dentro de sí mismos, y
en silencio se estuvieron esperando lo que iba a sucederles. Mas
como quiera que nadie presumiese de p ro feta, el m otivo y el fin
de esas preternaturales sensaciones estaban ocultos para todos.
- 3 1 1 -
REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE GUAYAQUIL
desoladora im petuosidad, y no hay lugar a quejarnos de injusti
cia. El Cotopaxi, el Tungurahua, el Pichincha, estos fastuosos
em peradores, son nuestros tiranos; grandes, bellos, pero tiranos:
son a veces amables, cuando les vemos desprendiéndose de la es
fera, am antados con su argentina capa, hiriendo el firm am ento
con la frente. Pero cuando respiran, respiran fuego; y cuando
hablan, hablan truenos; y cuando obran, obran desolación y rui
nas: fabricantes de sepulcros, arquitectos de la m uerte, su cien
cia es mágica, sus operaciones concluidas y perfectas: la que
ayer iue ciudad alegre y bulliciosa, hoy es funesto cem enterio;
los tem plos y palacios paran en tum bas, y las puertas de las habi
taciones sirven de lápidas funerarias. E uropeo, tus m ontes son
niños al lado de los nuestros: aqu í donde el hom bre es todavía
dim inuto, es grande la naturaleza. Contem pla el Chimborazo,
este m agnífico Sesostris de la creación, alzado aquí en su tron o,
cual dictador del universo: riqueza, belleza, pom pa, majestad,
nada le falta. Si este personaje tiene espíritu, es u n dios; si no es
más que u na gran fábrica, en bajando el Todopoderoso a habitar
el m undo con toda su magnificencia, lo tom aría p or su alcázar.
Y esto ¿qué vale si él y sus semejantes son leones dorm i
dos? Cuando despiertan nos echan garra y nos devoran. Mira
allá ese volcanillo en la parte occidental de la cordillera: no se
alza a mayores, no desafía a los m ontes de alcurnia dom inante,
no dice nada, y apenas se llama Cotocachi. Am aneció un día, y
este hum ilde segundón h a b ía conspirado, y con tal furia y efica
cia, que se lo llevó todo a sangre y fuego. Descalabrado el mis
mo, allí se está hum eante y feroz contem plando sus estragos;
cien pueblos yacen m udos a sus plantas: los valles son abismos:
bailaron como azogue las colinas y se desbarataron: sintieron las
planicies u n ím petu interior, y dieron paso a nuevos cerros, que
allí se plantan insolentes, sin que se sepa de donde asoman ni
que piden: crujieron las peñas y se desollaron con pavoroso es
truendo: abriéronse los valles en anchas y largas quiebras, de las
cuales se levantan negras mangas de hum o pestilente: hincháron
se los ríos y se derram aron, m ugiendo fuera de sus márgenes:
hirvieron los lagos en m ontones de sanguinolenta espum a, com o
soplados por las legiones infernales: desaparecieron las fuentes
- 3 1 3 -
REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE GUAYAQUIL
Sorbidas p or n o .se qué m onstruos subterráneos: donde corría
una agua cristalina y dulce, se la tragaron las bocas allí abiertas
al instante; donde todo era seco, surgieron rem olinos de agua
crespa y lodosa, cargada de electricidad, inservible para la sed
que devora a los hom bres: m urieron éstos, los brutos perecie
ron, y la naturaleza está como asustada después de su trastorno.
Si Dios la apuntó con la m ano y la ordenó volcarse, ya nos ha
com padecido: si en su esencia caben lágrimas, las veo correr
gruesas y despaciosas por su divino rostro.
Pero ¿es en verdad aquel gigantillo de la Cordillera el autor
de obra tan grande? Nó; él es una de las víctim as: la catástrofe
proviene de causas más generales y potentes. La furia de un vol
cán no puede sino con sus alrededores: ciudades, provincias, na
ciones enteras no se destruyen por una explosión o un derrum
bam iento, aún cuando éste fuera de todo el Himalaya: u n cim
bró n eléctrico del m undo; una atracción extraordinaria de los
astros fuera de sus quicios; un súbito redoble de efervescencia
en el pirofilacio, ¿quién sabe qué causa m isteriosa ha producido
efectos por tal extrem o grandes? Si la poesía es más sabia que
la ciencia, creám osla: ella afirma que el principe de las tinieblas
hizo una salida al cam po de la luz con sus más bravias cohortes,
y rom piendo el suelo les dió paso, y la tierra tem bló, y el aire se
obscureció, y el m undo tem ió y dio largos alaridos.
El sabio y el poe ta tendrían m ucho que ver con estas rui
nas: el uno para rastrear los secretos de la madre tierra, para to
m ar en la mano sus entrañas y ver qué revelaban: el,otro para
contem plar, m editar y alzar la voz en este cam po de tribulacio
nes. ¡Qué escenas de dolor en los escombros! Allí está un
hom bre cargado de silencio, fijos los ojos en un a techum bre
aplastada contra el pavim ento: ojerudo, lívido, la cabellera re
vuelta, el vestido en lastimosa displicencia, nada dice, y 'sigue
m irando tras las vigas. ¿Quién está allí? Su esposa. ¿Quién
más? Sus hijos. ¿Quién más? Sus padres. ¿Quién más? Sus
hermanos. ¿Quién más? Sus criados. ¡Luego todos perecieron,
luego ha quedado solo! ¿Y cómo es que no llora? Por la misma
razón que todo lo ha perdido en un instante: las lágrimas surgen
del corazón fresco y salen por la garganta húm eda: fracasos co-
3 1 4 -
REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE GUAYAQUIL
in o aquel secan el corazón y la garganta. Los grandes info rtu
nios son callados, las grandes angustias no tienen lágrimas: esa o-
peración del alma retostándose en el caldeado pecho, del cora
zón exprim ido de su jugo revolcándose en las entrañas, es cosa
que no tiene m anera de decir. A los sobrevivientes de Imb abura
cubrásmosles-el rostro como a Niobe.
Los m oradores de otros países no son indiferentes a este
acaecido; com o grande, ha resonado a gran distancia; com o te
rrible, na conm ovido a todos, si bien no a todos con los propios
afectos. Mira, ¿quiénes vienen allí? Hom bres son, pero de re
pulsiva catadura: blanden un a maza, traen u n cuchillo al cinto,
y echando en torno sus miradas torvas, se disem inan por la dila
tada com arca. Son bandidos noveles, vienen a saquear las ruinas
de Imbabura. En sus tierras, en sus casas eran hom bres de bien:
sus vecinos, sus amigos fueron víctim as de u n desastre, y hélos
ahí ladrones. Asaltar escom bros, despojar difuntos en presencia
de huérfanos y de viudas que se caen de dolor y necesidad, es
empresa más que de bárbaros. Nadie hasta ahora h a beneficiado
la tum ba; esa es m ina terrible que infunde pavor hasta a los más
perversos: y ¿qué hay allí? ¿qué vena descubren esos ten ebro
sos operarios? Cadáveres que principian a botar las carnes, ros
tros desfigurados, cabezas cuyo pelo se cae en mechones: hom
bres, m ujeres y niños en putrefacción: ¡qué tesoro! ¡que rique
za! Las jóvenes m adres, los m uchachos desvalidos que sobrevi
ven co nfían en sus semejantes; después de Dios, en ellos fincan
su esperanza: ya vienen, ya llegan, pero es con el garrote del sal
teador al hom bro.
Si el género hum ano diese tales ejemplos con frecuencia,
el género hum ano sería obra de su enemigo antes que de Dios.
Pero la Caridad, la santa Caridad, vestida de blanco, empapados
los ojos, anda de pueblo en pueblo y de casa en casa: todos la
reciben, todos la acarician, y,colm ada de presentes, corre en tris
te alegría a repartirlos 'entre los desheredados de las ciudades
muertas: pan para el h am briento, vino para el sediento, vestido
Para el desnudo, to do hay en abundancia. Señor Dios del uni-
verso, haznos, haznos de veras hijos tuyos, com o tales compasi
vos y caritativos.
- 3 1 5 -
REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE GUAYAQUIL
O tra plaga: las exhalaciones de los cadáveres humanos, l0s
cuerpos de los animales tirados p or los campos descom ponen el
aire: la atmósfera se enferma, una horrible peste va a desenvol
verse sin rem edio. ¿Es pues de todo en todo necesario que pe
rezca la noble raza que puebla esta provincia? Y la naturaleza
no amaina aún; retiem bla el suelo, m ugen los volcanes, vibra el
aire y se oyen en la altura pavorosos estallidos. Señor, Señor,
ablanda tu mirada, vuelve a tus labios la sonrisa: si ésta era una
prueba, y a nos has probado, y ves en nosotros criaturas hum il
des y creyentes.
¿Qué ha sucedido en el reino de los Incas, en el grandioso
Cuzco? u n ruido lejano y profundam ente sordo, com o si el mar
se descargase en un a cuenca de la luna, llega a nuestros oidos re
tum bando interm inablem ente en el espacio. Es el Perú que se
destruye al impulso de un hondo te rrem o to : el Perú fue el pri
m er tom ado y sacudido, sus ciudades más heroicas no opusieron
resistencia a la em bestida de los elem entos conjurados contra el
hom bre. El Misti lanza rojas trom bas de hum o, la tierra se re
vuelca en activo zarandeo, se van de bruces las ciudades, los edi
ficios en mil pedazos llenan calles y plazas. Arequipa, ¿dórtde
estás? Moquegua, ¿dónde fuiste? A m ontonados unos sobre
otros yacen m udos y deformes los templos y palacios que ayer
se gallardeaban alegres y suntuosos; y el m árm ol está cubierto
de polvo, y la colum na gime bajo el adobe, y un rimero de tejas
cubre la prim orosa estatua. ¿Quién llora sobre esas ruinas? Su
genio sentado sobre el más alto escom bro, y en abatido p orte
convida a gemir a los que p o r ahí se asoman. La especje hum a
na entre tan to , esparcida por lo descubierto de la tierra, anda
m acilenta dando al aire sus clamores. Las fuentes se han secado,
las sem enteras se han helado: ham bre y sed la persiguen por
donde yerra a la ventura, echada de sus hogares por una mano
invisible y todopoderosa. Y el m ar se retira de sus límites como
para darse vuelo, y torna con ím petu, y se entra de lleno en las
ciudades, y se traga las ruinas, m onstruo estupendo y devorador.
Satanás en form a de agua. Se ha liquidado el globo, y quiere de
rramarse en el vacio en corrientes prodigiosas; mas no atina por
donde precipitarse, y corre, y vuelve, y ruge en una agitación su
- 3 1 6 -
REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE GUAYAQUIL
blime. ¡Oh! nave, ¿por qué danzas allí com o u na loca? Dispá
rate en seguida y vienes a tierra, y te quedas clavada en el cie
no, m ientras vuelve tu elem ento a sus abismos.
La naturaleza tuvo un festín en el nuevo m undo, y se em
borrachó hasta p erder el juicio: baila, salta, grita, da consigo bo
ca abajo y bufa.en horrorosas convulsiones: los m ontes refun fu
ñan, rugen las cavernas, los valles se destrozan, hínchanse los
ríos tuíbios y amenazantes, hierve el suelo con precipitación
diabólica, y se traga lo de fuera, y echa fuera lo de adentro ope
rando un embolismo del infierno. El m ísero del hom bre, ten ien
do por llegado el d ía de la cuenta, se tira de rodillas en m edio de
los peligros que le circundan, y alza los ojos y las manos al cielo
balbuciendo no qué plegarias inconexas. ¡Señor, escúchale!
hom bre al fin, culpable fue; criatura m ortal, no tuvo resistencia
contra las pasiones y fué m alo. ¿Mas^ha de perecer ahora sin re
medio? Si es llegado el día, júzganos pues; em pero no subleves
de m odo tan aterrante a la naturaleza co ntra la pobre criatura.
El fuego para abrigarnos, el agua para beber, el aire para respi
rar, la tierra para que nos alimente con sus frutos y m orem os en
ella, ¿no fue éste el fin con que lo elem entos fueron creados?
Devóranos el fuego, entum écenos el agua, el aire nos ahoga, el
suelo corcovea cual indom able potro y nos derriba exánimes.
¡Qué trastrueque tan ejecutivo y exterm inador!
Conozco las ciudades en cuyas ruinas gravitan veinte siglos:
he visto el genio del tiem po sentado en un musgoso pedrón del
Capitolio, m ientras la corneja se alzaba croajando de entre la pa
ja crecida en los arcos del Coliseo. Pom peya m e sintió p or sus
desiertas calles, y que me arrimaba taciturno a sus columnas:
¿dónde estaban los habitantes de esas enmarm oladas piezas, las
matronas de esas alcobas, los niños de esas cunas, los criados de
esos patios? Nada vi, nada oí, sino eran espectros y suspiros de
que mi imaginación poblaba esos sepulcros. En Itálica andu
ve por entre el laberinto de sus piedras, probando a ver si descu
bría donde se alzaron las m oradas de los Señores del m undo, A-
úriano y Teodosio. Los escom bros de Sagunto me brindaron a-
- 3 1 7 - -