LA NACION ECUATORIANA
Discurso de incorporación a la Academ ia Nacional de Historia, como
m iem bro correspondiente.

René Maugé

En los tiempos que corren existe un debate sobre la
presunta obsolescencia y fin de las naciones, el fin
de las ideologías, de la independencia y las sobera­
nías nacionales. El trasfondo de este debate y de
muchos planteamientos hay que contextualizarlos
en el proceso contemporáneo de un cambio de épo­
ca, de la globalización como sistema mundo y de los
planteamientos de la ideología neoconservadora,
bautizada como neoliberal que pretende reducir a las
sociedades y naciones a un mega mercado, a los
ciudadanos y ciudadanas al rol de consumidores.

Como todos los vocablos políticos universales, el
de “nación” tiene un contenido polisémico y flexi­
ble que en el decurso del tiempo a representado
una realidad histórica relevante, multiforme y arti­
culada. A más de la intencionalidad geopolítica de
abolir las naciones, para facilitar la expansión de
los mercados, y debido a la carga ideológica que
se dio a la nación en el decurso de las primera y
segunda guerra mundiales, la idea de “nación” no
goza en ciertos círculos de buena reputación, sobre
todo cuando a la comunidad histórica imaginada
como nación, esto es, una forma particular de uni­
dad que expresa un espacio simbólico dentro del
cual se estructura una forma democrática, libre e
independiente de relaciones sociales y políticas se
la confunde con ciertas expresiones de nacionalis­
mo, racistas, excluyentes y expansionistas que se
dieron en Europa, en el período de entre guerras.

Existen discusiones y debates académicos impor­
tantes y no desestimables sobre la nación, sin
embargo, hay que puntualizar, que el acontecer
histórico de las naciones y de los Estados no es
académico sino político.

Otra premisa necesaria es evidenciar que una
cosa son las ideologías del nacionalismo europeo
y de potencias coloniales, que tantos perjuicios y
tragedias han ocasionado a la humanidad, y otra
cosa, es el esfuerzo de países que fueron colonias
como Ecuador, por desarrollar una identidad, una
personalidad en el concierto internacional para su­
perar los rezagos de la dependencia colonial y de
las nuevas formas de colonialidad del imperialismo
sin colonias, que se expresan de diversas mane­

ras, como: la colonialidad del poder, la coloniali­
dad de la naturaleza, la colonialidad del ser y la
colonialidad del saber. Es decir, de lo que se trata
es de construir naciones y Estados independientes,
libres y democráticos que superen toda forma de
dependencia colonial o neocolonial.

El concepto y la realidad del Estado - nación, es un
creación de la Europa moderna que sobre todo emer­
ge en el proceso de la Revolución Francesa, cuando
en un momento de la historia, la nación sustituye a
las monarquías, ciudades y pueblos medievales, así
como el vocablo ciudadano, sustituye al de súbdito,
o vasallo, siervo o esclavo. La nación a partir de la
Revolución Francesa, legitima al Estado que pasó a
ser la expresión jurídica - política de la nación; y, que
a su vez, es fortalecida por la idea democrática de
que el poder emana de la nación, superando la idea
del origen divino de los reyes o de los gobernantes.

Las naciones actuales americanas, como la ecua­
toriana, emergen como el resultado del proceso
independentista y la superación de su condición de
colonia, y, si bien como se ha dicho por quienes re­
flexionan sobre el fenómeno nacional, los grandes
problemas actuales requieren soluciones multina­
cionales, transnacionales, continentales, incluso
planetarias; pero de allí no se deriva el aplasta­
miento o eliminación de las naciones, sino nuevas
formas de unidad respetando las individualidades,
como el caso de la necesaria e impostergable uni­
dad de las naciones de América Latina y el Caribe.
Génesis de la nación ecuatoriana.

El proceso de poblamiento de lo que actualmente
denominamos Ecuador se inicio con las migracio­
nes que de Asía avanzaron al continente ameri­
cano, por el estrecho de Bering hace unos treinta
mil años. Así como también de otras migraciones
prominentes de la Polinesia. Desde la presencia de
los primeros pobladores en nuestro territorio hace
unos 12.000 años, se comenzaron a estructurar
lentamente organizaciones primarias que los ar­
queólogos han denominado época aborigen.

Hacía el siglo V antes de Cristo, cuando en la Ate­
nas de Pericles se inventó el concepto de democra­

René Maugge

cia, el territorio actual del Ecuador “contenía el
mayor número de culturas diferentes por unidad de
superficie en toda la región andina, Pero no sólo un
gran número de pueblos, sino conocemos que ello
habían desarrollado formas muy originales y más o
menos equitativas de gestión de la diversidad, de
manera que había una escasa conflictividad entre
los diferentes: no se trataba de una multiculturali-
dad pasiva, ni conflictiva, todo lo contrario, activa
, original y creadora” (Galo Ramón.)

España, potencia hegemónica en Europa en el siglo
XV y XVI, pasó a ser también potencia hegemónica
en las tierras descubiertas por Colón, medio siglo
antes. La conquista y colonización fue un cho­
que de civilizaciones. Para los españoles significo
fama, riqueza y poder; pero, para los pueblos origi­
narios de Abya - Yala, fue una invasión que género
desconcierto, destrucción, hundimiento de su civi­
lización, reduciéndolos a la pobreza y a la miseria.
Fue una colisión cósmica, telúrica, determinada
por el curso de la historia en el que seguramente
supuso como afirma Wachtel la certeza para los
aborígenes que sus dioses los habían abandonado,
dada su profunda religiosidad.

A la invasión sucede una catástrofe demográfica
determinada por varias causas, la guerra, las enfer­
medades, las condiciones brutales de trabajo a los
que fueron sometidos los nativos, así como factores
subjetivos de incertidumbre, depresión, desaliento
y sentimiento de derrota, abandono y humillación.
Sobre estos últimos factores poco se ha reflexionado
pariendo de los avances de la psicología moderna.

Periodo Colonial
Con la presencia y consolidación del régimen colo­
nial español se creó un nuevo orden e instituciona-
lidad jurídico - político, organizado en Virreynatos,
Capitanías Generales, Reales Audiencias, Ciuda­
des, Cabildos, Corregimientos y Gobernaciones,
que representaban y eran expresión del Estado
monárquico absolutista español que se encontraba
en la fase superior de la Monarquía absoluta.

Más allá del nuevo ordenamiento jurídico - políti­
co, en el continente americano y en lo que hoy es
Ecuador, tiene lugar un vasto y complejo proceso
de mestizaje y aculturación, nuevas expresiones
culturales, de usos y costumbres en medio de una
complicada coexistencia que lentamente produce
una fusión y síntesis. Las Iglesia y la nueva reli­
gión venida de Europa llenó el vacío espiritual y les
dio esperanzas después de la vida a los oprimidos,
de esta manera la nueva religión se convirtió en
el suspiro de los pueblos agobiados por una he­
catombe que seguramente no alcanzaron a com­

prender, pero esta nueva cosmovisión religiosa no
la asumieron en su forma monoteísta pura Judeo
- Cristiana, sino en la emergencia un extraordinario
sincretismo entre los dioses de sus ancestros y el
nuevo Dios único y su corte celestial.

La conquista y colonización europea no fue sólo
la imposición del más fuerte; sino, que desde la
etnografía institucional a partir de 1492, se insti­
tucionalizó la desigualdad mediante una estrategia
para la explotación, imponiendo su imaginario de
conceptos, para introducir la superioridad españo­
la y afirmar la inferioridad del “otro”. La estrate­
gia, como la formularon otras potencias coloniales
materializo la dicotomía superior - inferior, civiliza­
do - primitivo o salvaje, naturalizando de esta ma­
nera el proyecto político - ideológico - epistémico
que le facilitaba crear un orden económico, políti­
co, militar, moral y religioso que implico lo que po­
demos llamar la emergencia de la colonialidad del
poder, del saber, del ser y de la naturaleza, que se
prolonga hasta nuestros días, implementada bajo
diferentes y sutiles modalidades.

La conquista de los andes septentrionales, donde hoy
está ubicado el Ecuador, no sólo se dio un enfren­
tamiento entre españoles e indígenas, sino también,
una guerra multilateral ente el tahuantisuyo y los
pueblos sometidos a éste y los invasores europeos.

En el período colonial se produce otro fenómeno et­
nográfico; la presencia de población africana desde
el siglo XVI en la Audiencia de Quito, como parte de
la política colonizadora de España para proveer de
mano de obra esclava en la explotación de las minas
de oro y plata, estos grupos humanos supieron adap­
tarse y mantener al mismo tiempo sus prácticas cul­
turales e identidad étnica diversificando el mestizaje.

Como primera conclusión, desde el punto de vista
antropológico, podemos decir que en la formación de
la actual nación ecuatoriana, confluyen tres grandes
grupos humanos, los pueblos precolombinos parien­
tes del tipo mongoloide con una antigüedad de 12
a 15.000 años; los europeos de la península ibérica
que acusaban ya un mestizaje por la presencia en la
península ibérica de 700 años de musulmanes y dis­
tintas nacionalidades que de manera casual arriba­
ron a un continente desconocido en 1492 y el contin­
gente humano venido desde África. Ese es el origen
y síntesis de nuestra identidad nacional que es parte
de la aventura humana en el planeta tierra.

Ruptura del Sistema Colonial, la Independencia
y la Formación de las Naciones Latinoamericanas.
Como es conocido, el proceso independentista de
todas las Américas, en particular de la América

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La Nación Ecuatoriana

Hispana o Indoamericana y, dentro de ella, lo que
es el Ecuador, tuvo causas internas y externas, se
dio en el contexto internacional de las revoluciones
burguesas, el hundimiento del régimen feudal y el
surgimiento de las naciones modernas frente a la
pujanza de una Inglaterra, que manteniendo la mo­
narquía, avanzaba por el camino capitalista, domi­
nando mares y mercados y una - Francia que bajo
las consignas emblemáticas de libertad, Igualdad
y fraternidad, abatía los pilares del feudalismo, la
monarquía absoluta y su sistema epistemológico
de valores. España se encontraba entumecida, in­
móvil en lo económico y retrasada en lo espiritual
bajo el dogmatismo de la inquisición.

Los tres siglos de dominio español, no fueron sólo
de explotación, saqueo y crímenes, como la leyen­
da adversa a España lo expresa; sino que, según
palabras del Libertador Simón Bolívar también
fueron “tres siglos de cultura, ilustración y de in­
dustria”. En un análisis que hace el agente Francés
Depons que estuvo en Caracas de 1800 a 1.804,
dice sobre el sistema colonizador de España, que a
diferencia de los sistemas seguidos por otras me­
trópolis: “España formó en América verdaderas na­
ciones con todos los elementos necesarios para su
propia evolución”. España como todo imperio fue
al mismo tiempo opresor y potador de una nueva
cultura instituciones y costumbres.

Con la independencia, se produce otra ruptura: Amé­
rica Latina pierde la unidad político administrativa,
que aunque era insuficiente, formal y precaria que la
tuvo en el período de colonial, en definitiva era una
unidad. En la década del 1.820, el régimen colonial
termina por fragmentarse en dos docenas de repúbli­
cas independientes y divorciadas entre sí, que Simón
bolívar trato de darles unidad y coherencia.

En todo este proceso no puede desestimarse las
influencias que vienen de otros procesos, en par­
ticular el euroatlántico del siglo XVIII, con los fenó­
menos que se dan en Gran Bretaña, Estados Uni­
dos y Francia. Son influencias que actúan no sólo
en el plano económico, sino también en el cultural,
ideológico y político.

Los intereses del nuevo régimen capitalista que se
estaba gestando en América exigieron imperiosa­
mente que las colonias con su incipiente y subor­
dinada organización se conviertan en Estados con
un gobierno centralizado.

Siempre surge la pregunta: ¿Por qué, mientras la
revolución en las colonias británicas de Norteamé­
rica unió a las 13 colonias en una nación, formán­
dose un fuerte Estado nacional federal, la revolu­

ción de las colonias españolas llevó en cambio la
desintegración del antiguo imperio colonial en un
gran número de estados independientes?

Visión no faltó. Simón bolívar, con vigorosa claridad
expresó el proyecto de integración nacional latinoa­
mericana y la conciencia de sus dificultades... “Yo
deseo más que otro alguno ver formar en América la
más grande nación del mundo, menos por su exten­
sión y riqueza que por su libertad y gloria”. . “una
sola debe ser la patria de todos los americanos ya
que en todo hemos tenido una perfecta unidad”.
“Es una idea grandiosa pretender formar de todo
el Mundo Nuevo una sola nación, con un solo vín­
culo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya
que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y
una religión, debería por consiguiente tener un solo
gobierno que confederase los diferentes Estados”.

El proceso de ruptura colonial del Ecuador no es tan
simple como lo pintan algunos publicistas. La
Real Audiencia de Quito, antecedente del Ecuador
actual, tuvo dos etapas muy claramente marcadas,
la primera de 1.809 a 1.812, en la que la iniciativa
las correspondió a las élites quiteñas, que propu­
sieron un proyecto económico político concreto, ex­
presión de sus intereses para restablecer la impor­
tancia de la Presidencia de Quito y establecer una
Capitanía General que en 1.804, habían solicitado al
Rey de España por medio del Barón de Carondelet.
Tanto el manifiesto de la Junta Suprema de Quito a
América, la proclama del 10 de Agosto de 1.809,
como la Constitución del Estado de Quito de 1.812,
contienen los elementos de la afirmación de una vo­
luntad nacional. La segunda etapa del proceso inde­
pendentista va de 1.820 a 1.822, en la que adquiere
mayor incidencia los proyectos continentales sim­
bolizados por Simón bolívar y José de San Martín.

Esta segunda etapa que se inicia en Guayaquil el
9 de octubre de 1.820 cuando las autoridades re­
presentantes de la corona española son destituidas
y sus élites se pronunciaron por la libertad e in­
dependencia. La campaña libertadora culmina el
24 de mayo de 1.822, con la victoria del Mariscal
Antonio José de Sucre en las faldas del Pichincha.
El antiguo Reyno de Quito paso a formar parte de
la república de Colombia creada por Simón Bolívar
con el nombre de “Distrito del Sur” con descono­
cimiento de su personalidad histórica a pesar de
que el propio Libertador Simón Bolívar, en la carta
ya citada de Jamaica lo reconoce cuando dice: “La
Nueva Granada que es, por decirlo así el corazón
de la América, obedece a un gobierno general, ex­
ceptuando el Reyno de Quito , que con la mayor
dificultad contienen sus enemigos por ser fuerte­
mente adicto a la causa de su patria”.

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René Maugge

En esta segunda etapa de la lucha emancipadora
Guayaquil se incorpora a Colombia después del
pronunciamiento del 9 de Octubre de 1.820.

De 1.824 a 1.830, lo que fue la Real Audiencia de
Quito, pasó a ser el Distrito Sur de Colombia, en la
historiografía de nuestro país suele denominarse
a este momento la Gran Colombia, denominación
arbitraría, pues ni jurídica ni políticamente tal de­
nominación existió en los documentos oficiales.
Simón Bolívar en 1826, reconoció oficialmente la
personalidad de la nación Quiteña o Ecuatoriana,
dándole cierta autonomía. Cuando ingresamos a
Colombia, estaba vigente desde 1.821, la Consti­
tución promulgada en Cúcuta. Para entonces las
ambiciones e intereses y visiones diferentes de los
principales actores de la guerra de la independen­
cia, surgían como hongos asfixiando la posibilidad
de una gran nación colombiana. La idea de la na­
ción estaba clara, el Art. 1° de dicha Constitución
decía los siguiente: “La nación colombiana es para
siempre, e irrevocablemente libre e independiente
de la monarquía española; y de cualquiera otra po­
tencia o dominación extranjera, y no es ni será nun­
ca el patrimonio de ningún a familia o persona”.

El Art. 2° de la Constitución de Cúcuta señalaba
que la soberanía reside esencialmente en la nación
y el Art. 3 disponía: “Que es un deber de la nación
proteger por leyes sólidas y equitativas la libertad,
la seguridad, la propiedad y la igualdad de todos
los colombianos.

En 1.826, la convención de Ocaña convocada para
tratar de superar las confrontaciones que ya eran
patentes, fracasa y Simón Bolívar, contrariando
sus sentimientos recurre a la dictadura no desea­
da, que duro hasta 1.830, convocado el mismo año
el Congreso constituyente, llamado Admirable, ela­
boró la Constitución del 5 de Mayo de 1.830, que
no alcanzó a tener vigencia sobre toda la espaciali-
dad originaria de Colombia, puesto que Venezuela
se separó en 1.829 y, se formalizó la creación del
Estado de Venezuela en abril de 1830. La Consti­
tución de Venezuela de 1830, recoge en el Art. 1°
Titulado de la Nación Venezolana y de su Territorio,
en sus Arts. 1, 2 y 3, la misma formulación que
hizo la Constitución Colombiana de Cúcuta, al pro­
clamar en el Art. 1 que: “la Nación venezolana es
la reunión de todos los venezolanos bajo un mismo
pacto de asociación política para su común utili­
dad” La constitución Colombiana de 1.830 que fue
el preludio de la constitución ecuatoriana establece
con absoluta claridad la voluntad de construir una
nación, así: el Art. 1° establece “La nación colom­
biana es la reunión de todos los colombianos bajo
un mismo pacto político”, el Art.2° reafirma que

“La nación colombiana es indisolublemente libre e
independiente de toda potencia o dominación ex­
tranjera, y no es ni será el patrimonio de ninguna
familia o persona” y confirmando el Art. 3 el crite­
rio de que “La soberanía reside radicalmente en la
nación. De ella emana los poderes políticos que no
podrán ejercerse sino en los términos que estable­
ce esta constitución”

El 13 de mayo de 1830, reunida por iniciativa del
Procurador General del Ayuntamiento de Quito y
previa venida del General Juan José Flores, Jefe
Superior del Distrito Sur, se convocó a una Asam­
blea elitaria de la sociedad quiteña para deliberar
“acerca de la situación de un cambio político”
y resolvió en las siguientes términos: por cuan­
to “la mayoría de Colombia, pronunciándose por
una nueva forma de gobierno ha disuelto la unión”
y “no pudiendo Quito resistir por más tiempo a
esta voluntad, ni mostrándose insensible a sus
verdaderos intereses”: en ejercicio de su sobera­
nía, se pronuncia por constituir un Estado libre
e independiente con los pueblo comprendidos en
el Distrito Sur, y lo mas que quieran incorporarse
por las relaciones de naturaleza y recíproca conve­
niencia”, mientras se reúna la convención del sur,
y se nombran los altos funcionarios, queda encar­
gado del mando supremo civil y militar, el señor
General de División Juan José Flores” quince días
después de haber recibido las actas de los pue­
blos que deben formar con Quito un solo Estado,
convocará el Congreso Constituyente conforme al
reglamento de elecciones que expidiese al efec­
to”; y “si dentro de cuatro meses no se hubiere
instalado la convención, se reunirá el pueblo para
deliberar sobre sus destinos”.

Posteriormente, en días sucesivos esta voluntad
de separación de las elites fue refrendada por los
pronunciamientos de Guayaquil, Loja, Cuenca y
las demás ciudades que formaron el nuevo Estado
con el nombre de Ecuador, con el consentimiento
pacífico de Colombia, la antigua Nueva Granada,
que para entonces sufría desgarramientos y disen­
siones internas. En Agosto de 1.830, se instala la
Primera Asamblea Constituyente del Ecuador, con­
vocada por el General Juan José Flores. Con gran
diligencia antes de los plazos de algunos pronun­
ciamientos como el de Guayaquil que había dado
seis meses, se reunió en la ciudad de Riobamba y
la Carta fue aprobada en la misma ciudad el 11 de
septiembre de 1.830. El mismo día 11, el General
Flores, fue nombrado Presidente por unanimidad;
esta unanimidad no se dio para elegir al vicepre­
sidente, Dr. José Joaquín Olmedo, que en compe­
tencia con el General Manuel Matéu, logró dicha
elección después de 18 escrutinios.

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La Nación Ecuatoriana

La Constitución de Riobamba dispone en su artí­
culo 1., “Los departamentos de Azuay, Guayas y
Quito quedan reunidos entre sí formando un solo
cuerpo independiente, con el nombre de Estado
del Ecuador. “Art. 2. El Estado del Ecuador se une
y confedera con los demás Estados de Colombia
para formar una sola nación con el nombre de Re­
pública de Colombia. Art. 6.- El territorio del Esta­
do comprende los tres Departamentos del Ecuador
en los límites del Antiguo Reino de Quito.

En cuanto a uno de los elementos fundamentales
del Estado que es la territorialidad base física del
desenvolvimiento y sustento de las comunidades
humanas como también de la nación que contribu­
ye a la afirmación de su existencia y personalidad,
sus límites espaciales no estaban en discusión
puesto que el principio que se estableció para la
delimitación de las fronteras de las nuevas nacio­
nes, desde 1.809 a partir de la proclamación de
la independencia de las naciones americanas, fue
el de “uti possidetis iuris”, así como el Tratado de
Guayaquil celebrado en Febrero de 1.830 que zanjó
todo lo disputado con el Perú. Tampoco se varió
ni el nombre ni el número de provincias, que eran
Imbabura, Pichincha, Chimborazo, Cuenca, Loja,
Guayas, Manabí, con la de Jaén y Mainas, cuyos
confines meridionales no recibían aún su demarca­
ción definitiva conforme al tratado del año anterior.

Fueron hechos posteriores que determinaron el re­
corte y una reducción sucesiva del espacio territo­
rial nacional, que vio achicarse en estos años, ha­
blando metafóricamente, como la “Piel de Onagro”
de la novela de Balzac.

Como conclusión de este proceso cabe la pregunta
¿Qué tipo de Estado se constituye en 1.830? La
respuesta la dan Rafael Quintero y Erika Silva en
su obra Ecuador: “Una nación en Ciernes”, cuando
afirman: “El Estado que se constituye desde 1830,
antes que ser un órgano representativo de una clase
legitimada por el consenso, se constituye en un or­
ganismo legitimador de los poderes terratenientes
regionales. En ese sentido actuará como un sancio-
nador legal de las medidas coercitivos y represivas
puestas en prácticas por los latifundistas en contra
de los indígenas y pequeños campesinos”

Cuestiones Objetivas y Subjetivas en torno a la
identidad Nacional.

Es común escuchar que los ecuatorianos no tene­
mos identidad nacional e incluso algunos publicitas
sobre la base de un anecdotario, han escrito ensayos
a este respecto. Pregunto: ¿Es verdad que los ecuato­
rianos carecemos de identidad nacional? Considero

que una afirmación así de tajante, no corresponden
a la verdad, puede ser una verdad a medias y, como
toda verdad a medias no contribuye al esclarecimien­
to y, lo que es más importante a forjar una sólida
identidad que se fragua a través del tiempo, con una
sólida cultura y con una clara voluntad de forjar dicha
identidad, a través de objetivos claros, explícitos, per­
manentes y socializados por el conocimiento y domi­
nio general de todos los ciudadanos.

El nacimiento del Estado nacional y la construcción
de identidades nacionales en la época moderna a
partir de la independencia fueron tareas claves para
América Latina donde identidades indígenas y eu­
ropeas habían sufrido una profunda transformación
en los cincos siglos de cambio político, cultural y so­
cial. La tarea de construir una nación y su identidad,
en la sociedad ecuatoriana es una tarea inacabada
y mucho más compleja que en otras naciones lati­
noamericanas, debido a sus vicisitudes históricas.

América latina y consecuentemente el Ecuador se
han desenvuelto entre dos tendencias simultáneas
y diferentes: la implantación de estructuras feu­
dales, semifuedales y esclavistas, por parte de los
colonizadores españoles con su correspondiente
carga ideológica, orden político, epistemológico e
institucional; y luego, la irrupción del capitalismo y
su ideología democrática liberal del naciente capi­
talismo Inglés y Francés. Más allá de los orígenes
prehispánicos, las naciones y los nacionalismos lati­
noamericanos coinciden con la modernidad y el sur­
gimiento de relaciones capitalistas y neocoloniales.
Es por ello que en el proceso de construcción de
la identidad nacional, este trasfondo, ha significado
el nacimiento de formas y elementos híbridos que
mantienen formas y espresiones conceptuales que
sustentan lo señalado anteriormente, la coloniali­
dad del poder, del saber, del ser y de la naturaleza.

Sabemos que el Ecuador, es un país de contrastes,
por lo tanto, sin conocer, entender y procesar esos
contrastes no podemos entender ni construir una
nación. Su ubicación ecuatorial y la presencia de
su territorio en los Andes septentrionales, la Ama-
zonía, el Océano Pacífico, configuran una original
trama física y climática de la cual deriva una es­
pectacular diversidad ecológica que se despliega
en los 256.370 kilómetros cuadrados que constitu­
ye la superficie actual de la nación - estado. Este
acoge, además una sociedad pluriétnica y por esta
misma razón rica en tradiciones culturales de todo
orden de 16 millones 298. Mil 625 habitantes.

Consecuentemente partiendo de la geografía, de la
historia, de las culturas y las características psico-
somáticas de sus habitantes, podemos determinar

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algunos aspectos objetivos y subjetivos en torno a
la identidad nacional. Es evidente que la historia
de un pueblo está unida a un entorno de la natura­
leza, por ello cuando adopta forma sociales y políti­
cas no lo hace arbitrariamente, sino condicionando
por su carácter, historia o geografía. No podemos
hablar de identidad nacional sino partimos de su­
puestos físicos como el medio ambiente geográfi­
co, el factor demográfico, los niveles de desarrollo
económico, el factor de la ciencia y de la técnica,
las instituciones y las culturas, entre otros.

La identidad es una consecuencia de la interacti-
vidad en los procesos que tienen lugar en la so­
ciedad, de donde se deriva también de una u otra
forma, el comportamiento individual que en última
instancia es una respuesta a una situación deter­
minada; interactividad que conforma lo que deno­
minamos estructura social. Los asuntos de identi­
dad nacional se encuentran enmarañados dentro
de una gran complejidad emocional y lingüística.

Al momento la separación de Colombia en 1.830, los
larvados regionalismos afloraron, y por paradójico que
parezca se impuso el nombre de una línea astronó­
mica imaginaria, al nombre de Quito, que tenía una
sólida raigambre histórica. El sueño y las urgencias
de lograr una unidad que desde entonces tanta falta
nos hace, para conformar una verdadera nación, y al
parecer, en esos años turbulentos, más que formar
una nación, se impuso el criterio de crear un Estado
republicano. Tampoco es casual entonces que más se
use el término país casi como sinónimo de nación y
de Estado, para referirse a nuestra comunidad histó­
rico - político, cuando el término “país” designa una
realidad unitaria geográfica, pero no cultural.

Desde Aristóteles, Bodino y Montesquieu en su famo­
sa obra, “el Espíritu de las Leyes” se ha reflexionado
sobre la influencia del clima, la región, el comercio,
la ocupación, la religión y las costumbres, en la con­
ciencia y comportamiento de los hombres. El Ecua­
dor, es una nación marcada por claras diferencias re­
gionales: Costa, sierra, Oriente o Amazonía e Insular
o Galápagos, lo que nos hace un país regionalizado
y fragmentado, con diferentes intereses y donde las
facciones dominantes de terratenientes y burgueses
entre encuentros y desencuentros, se han disputado
la hegemonía del poder, sin tener objetivos claros,
peor un proyecto histórico de estructurar sólidamen­
te esa comunidad de destino, denominada nación.

Las diferentes regiones no deben ser un obstáculo
para la unidad nacional, como muchos sostienen en
el Ecuador, cuando levantan banderas de un enfermi­
zo y falso regionalismo, basado en el desconocimien­
to, los prejuicios y el encono que es producto de la

ignorancia. La región como bien expresa el geógrafo
francés Paúl Vidal De la Blanche: al decir “una región
es una reserva de energía cuyo origen reside en la na­
turaleza, pero cuyo desarrollo depende del hombre.
Es el hombre el que, moldeando la tierra según sus
propósitos, produce su individualidad, Es él quien
establece una conexión entre rasgos separados. El
sustituye el efecto incoherente de las circunstancias
locales por un concurso coherente de fuerzas”.

La identidad nacional, no es, en consecuencia algo
que surge espontáneamente, sino que se forma a
través de la conjunción de una serie de factores
que determinan cierta originalidad o peculiaridad
nacional. De estas premisas que originan el surgi­
miento y desarrollo de la nación, nace la autocon-
ciencia nacional, cuyas raíces esta en los intereses
vitales de las personas, en la historia y el mito.

La identidad nacional no surge espontáneamente,
se la forja cotidianamente en el sistema escolar, en
las instituciones sociales de todo tipo, en los actos,
en la exaltación de las fechas patrias de los héroes
y personalidades y en los símbolos, está ligada a la
conciencia social, que por supuesto no es homogé­
nea sino que hay una conciencia social dominante
de las clases dirigentes y otra consciencia social de
las clases y grupos subalternos y explotados, que
pugnan por sobrevivir en la adversidad.

El Mundo de hoy y la Nación

El mundo actual no ha surgido de la noche a la
mañana es el fruto de una larga evolución y par­
ticularmente estructurado bajo la arquitectura y
principios que se dieron después de la Segunda
Guerra Mundial al crearse las Naciones Unidas,
sus organismos y sus políticas. En los actuales
momentos existen una multidiversidad de facto­
res positivos y negativos de todo tipo acumulados
que han posibilitados el hecho de que entremos en
un cambio de época, que para entenderla en su
plenitud debemos comprender los avances genera­
dos por la revolución científico - técnica ya sea en
el sentido de comprender los cambios positivos,
cuantitativos y cualitativos, así como la generación
de problemas globales que afectan a la humanidad
en su conjunto. Teniendo en cuenta los nuevos
escenarios continentales y mundiales, debemos
reflexionar sobre el carácter de la nación ecuato­
riana como una agrupación humana específica,
entroncada con la naturaleza humana y que se ha
formado y seguirá evolucionando con el ritmo de
los grandes fenómenos históricos.

En el proceso de la construcción de una nación una
colectividad plural y diversa como la ecuatoriana,

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La Nación Ecuatoriana

se debe tener un programa para el presente y el fu­
turo cuyos ejes fundamentales a mi juicio han sido
definidos en la Constitución del 2008, sin perder
de vista que la nación es un entramado de múlti­
ples factores de extremada complejidad, que hay
que comprenderlos explicitarlos y desarrollarlos
en una proyección geopolítica y geoeconómica que
contenga por lo menos cuatro ejes:

1. Liberación de la dependencia,
2. Desarrollo integral del ser, esto es, del

hombre y la mujer ecuatorianos,
3. Participación en la vida de la comunidad,

esto es, participación democrática activa y
responsable

4. Protección de la naturaleza, fuente de la ri­
queza y base de la sobrevivencia.

Siendo la nación ecuatoriana una y diversa, inter­
cultural y plurinacional (en el sentido de la existen­
cia de algunas nacionalidades y no en la coexisten­
cia de varias naciones) su construcción permanente
debe contemplarse como unidad e identidad en al­
gunos aspectos y diversidad en otros; como conti­
nuidad de lo positivo y de afirmación de nuestro ser
nacional; y ruptura para superar los desequilibrios
e inequidades. Es necesario superar la estrechez
de miras de ciertos grupos de poder dominantes,
debemos lograr un equilibrio en función del reco­
nocimiento y la práctica cotidiana de los derechos
y deberes de ciudadanas y ciudadanos-

En la consolidación de los Estados - nación Latinoa­
mericanos donde todavía pesa la herencia del pasado
colonial y las nuevas formas imperialistas, en la in­
serción de la economía a los mercados mundiales a
partir de la época de los imperialismos sin colonias,
que es la realidad del capital moderno cuya expan­
sión no requiere ya del sistema clásico de opresión
nacional y de las actuales tendencias generadas por
la globalización neoliberal y las convulsiones traumá­
ticas que han aparecido por el cambio de época, las
naciones Latinoamericanas y entre ellas la ecuatoria­
na tenemos la impostergable tarea de superar las di­
versas estructuras adversas que persisten impidien­
do desatar las fuerzas vitales de la nación.

La colonialidad del ser, del poder, del saber y de la
naturaleza, han sido y siguen siendo factores de fre­
no, y disgregación en la construcción de nuestras
naciones, y pocos aspectos en la América Latina
moderna, se pueden situar con tanta precisión en
el legado colonial, como la desigualdad, sobre el
trasfondo de la idea impuesta de raza, la dicotomía
entre superior e inferior construcción mental que
expresa la experiencia de todas las dominaciones
coloniales ejercidas en diversos continentes. Su ex­

tensión bajo nuevas formas hasta nuestros días es
evidente, si nos referimos a la colonialidad del poder
como una estructura hegemónica global de poder y
dominación que articula el superado concepto de
razas que lleva implícita la superioridad de unos y la
inferioridad de otros, en el trabajo, espacios y per­
sonas de acuerdo con las necesidades del capital y
para beneficio de quienes se creen superiores. La
colonialidad del ser es la dimensión ontológica que
se afirma en la violencia y en la negación del otro.

Si entendemos que la historia de nuestra socie­
dad, del Estado y de la nación es una historia de
construcción, fragmentación y reconstrucción, de
coherencia y correspondencia, la construcción de
la nación ecuatoriana y su correspondiente Estado,
integrado por un complejo sistema de instituciones
y de funciones de poder es una tarea inacabada, por
lo que será una constante en el devenir del tiem­
po. En el proceso de la construcción de la nación
ecuatoriana es significativo señalar el debate que se
abrió a instancias mías en la Constituyente de 1998.

En una de las sesiones realizadas en la Universidad
Andina, que hacía de sede de la Asamblea Constitu­
yente a propósito del debate del Art. 1° que definió:
“El Ecuador es un Estado Social de Derecho, Sobera­
no, Unitario, Independiente, Democrático, Pluricultu-
ral y Multiétnico.” sostuve la necesidad de definir
al Ecuador en primer lugar como una nación para
luego pasar a definir el carácter del Estado. Con
esta oportunidad se dieron varias propuestas: una,
que invocaba el espíritu milenarista con la aspiración
utópica de reconstituir el Tahuantisuyo, sostenida por
algunos representantes de nacionalidades ancestra­
les para quienes la nación blanco mestiza nunca los
había integrado y peor representado; y la otra, prove­
niente de quienes fraguaban e impulsaban el proyec­
to “Singapur” de corte autonómico para la ciudad de
Guayaquil. Estas dos tendencias convergieron para
que no se defina al Ecuador como una nación. Para
superar el impase, quién en ese momento presidia
a la Asamblea Constituyente, planteo la formulación
que consta en el preámbulo de dicha Constitución la
misma que expresa: “La Asamblea nacional Consti­
tuyente expide la presente Constitución Política de la
República del Ecuador. El pueblo del Ecuador inspi­
rado en su historia milenaria, en el recuerdo de sus
héroes y en el trabajo de hombres y mujeres que
con su sacrifico forjaron, la patria; proclama su
voluntad de consolidar la unidad de la nación ecua­
toriana en el reconocimiento de la diversidad de sus
regiones, pueblos, etnias y culturas.”

Es indudable que esta redacción fue un compro­
miso entre dos posiciones que grafica como los
grupos sociales y regionales en la perspectiva de

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René Maugge

sus intereses o sus frustraciones han antepuesto la
afirmación de la nación ecuatoriana.

Como hemos señalado, el mundo en que vivimos en
el primer cuarto del siglo XXI, es un mundo de mu­
taciones sin paralelo, de incertidumbres más que
de certezas, donde está en juego no sólo la sobrevi­
vencia de las naciones, como una creación humana
sino que hay algo más profundo, está en juego la so­
brevivencia de la propia humanidad y la civilización.

A diferencia de los albores de nuestra república,
cuando Simón Bolívar convocaba a la unidad polí­
tica de las naciones recién liberadas del coloniaje
español, hoy en un mundo estructurado en mega-
bloques económicos que se disputan la hegemo­
nía universal, forjar la unidad de América Latina y
el Caribe, como un bloque de poder geopolítico y
geoeconómico es un imperativo de sobrevivencia.

Surge la pregunta: ¿unidad continental a secas o
unidad de naciones interdependientes?

Un proceso de unidad en un continente en el que en
los últimos 200 años se han fraguado naciones - Es­
tados, es una colosal tarea que requiere ir definiendo
objetivos, metas y programas. Es una tarea paciente,
firme y constante que presupone romper esquemas,
prejuicios y poderosos intereses. Se trata de organizar
la vida y la democracia de 500 millones de personas.
Será seguramente un sistema continental de organi­
zaciones, una gran nación de naciones en la visión
de Simón Bolívar, quién demandaba “hacer de toda
América una sola nación”; o estructurar una confe­
deración de Estados nacionales. La vida que es más
rica que cualquier teorización irá abriendo caminos, lo
importante en este transitar será la voluntad política
de quienes gobiernen y sepan expresar los anhelos y
necesidades de los pueblos por encima de los desig­
nios de las transnacionales, de los nuevos imperios
financieros, del capital y de los proyectos de división y
de fracturas de los enemigos de la unidad expresadas
en sus visiones geopolíticas hegemonicas.

Una cosas es evidente: la necesidad histórica no es
otra cosa que la expresión de las necesidades im­
postergables de los pueblos, y esa necesidad, por
ser tal, se abrirá paso en medio de contradicciones

y nuevas experiencias, como el caso de la UNASUR,
la CELAC, y el ALBA, organismos en los que se crean
nuevos espacios de integración y de defensa mutua
como el proyecto de los Presidentes de la región
contra las intervenciones extranjeras, más allá de la
ideología y de posiciones políticas. Está en curso la
creación de espacios laicos de reflexión en América
Latina y el Caribe, en materia de ciencia y tecnolo­
gía; de defensa hemisférica y comercio, educación,
cultura; encuentros de comunidades y pueblos.

El ideal y la necesidad de integración continental
no se opone a la existencia de nuestras naciones y
Estados; todo lo contrario, se complementan en la
medida que se entiendan y estudien los complejos
problemas e intereses por los que están atravesadas
las relaciones de los seres humanos, de los Esta­
dos, las naciones, las nacionalidades, los pueblos,
las corporaciones e instituciones de todo orden. La
unificación de nuestras naciones será la posibilidad
para una más estrecha colaboración y acercamiento
de intereses y perspectivas. Así como la formación
del individuo en el goce de toda su plenitud de dere­
chos y obligaciones, se integra con sus identidades
y diferencias en la Constitución de una sociedad jus­
ta y solidaria; así mismo, la independencia y afirma­
ción social y cultural de la nación es condición para
una más estrecha colaboración y acercamiento en­
tre nuestras naciones. Es la base para una libre vin­
culación, acercamiento y colaboración en todos los
procesos de integración económica, política y cultu­
ral, características de la época actual, donde tam­
bién los medios modernos de creación, intercambio
y comunicación, como la radio, la televisión el cine
el internet no reconocen fronteras nacionales.

La historia nacional no puede entendérsela aislada
del continente americano ni de los procesos que en
el orden planetario se dan actualmente. Somos el
resultado de procesos contradictorios, de rupturas y
continuidades como la conquista y la colonización, la
independencia y la república. Y si hablamos de nues­
tro destino bien vale citar a Willian Jennings Bryan
quien afirma: “El destino no es una cuestión de azar:
es una cuestión de elección. No es una cosa que hay
que esperar: es una cosa que hay que alcanzar.

Quito, 28 de Junio del 2015

Dr. René Maugé
Presidente de la Junta Territorial del Consejo Nacional E lectora l.
Email: leybeat@hotmail.com

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